Lo que Escrivá le dijo a Franco
Escrivá predicó unos ejercicios espirituales a Franco y su mujer (Carmen Polo) del 7 al 12 de abril de 1946, es decir, poco antes de trasladarse a vivir a Roma. Veamos cómo narra el asunto Vázquez de Prada (p. 676), comenzando con una cita de Escrivá:
“Me han encargado —escribe don Josemaría con fecha 26 de marzo— que dé ejercicios al jefe de Jesús [Jefe de Jesús Fontán Lobé, un oficial de Marina (alusión a Franco).], durante la Semana de Pasión. Veremos qué sale.”
“En 1946 España vivía una paz muy frágil, amenazada por presiones del exterior. Ante el riesgo de nuevos conflictos, la nación cerró filas, a la defensiva, colocándose al lado de los poderes constituidos, y buena parte de todos los ambientes significativos prodigaba alabanzas y elogios a la figura del Jefe del Estado.
Y sucedió uno de aquellos días que el sacerdote preguntó a Franco:
—¿Es que no ha pensado nunca, Excelencia, en que puede morirse en cualquier momento?
Pasaron unos días y, charlando don Josemaría con don Leopoldo, salió a relucir la conversación con Franco y don Leopoldo le interrumpió:
—Usted no hará jamás carrera [Carta, desde Roma, en Escritos del Fundador-640614-1].”
Ante estos datos se me ocurren los siguientes comentarios:
1) Escrivá podría haberse negado a predicar a Franco, y de hecho supongo que es lo que habría hecho si su intención fuera sólo un cálculo político para que no le relacionaran con el dictador y su régimen.
2) Si aceptaba el riesgo de que lo relacionaran con Franco, quizá es que cambió de opinión y decidió sacar tajada del régimen: pero para sacar tajada uno halaga a los políticos, y no les recuerda que se van a morir. Por si no quedara claro, tras el recordar la muerte lo que hay es una crítica a lo esencial de la dictadura: el perpetuarse. Dado que el dictador no es inmortal, su empeño en no ceder el poder constituye en sí mismo un problema. Problema que con el tiempo no hace más que agravarse, ya que él se aficionará más al poder, y las personas que podían gobernar (en el nivel máximo del Estado, ya se entiende que Franco tenía ministros) están cada vez peor preparadas para hacerlo, no hay quien pueda sustituir al dictador, ya que tal sustitución no se contempla: no se prepara la transición, y luego hay que improvisar con políticos inexpertos (como de hecho sucedería en la transición española).
3) Tal crítica, me parece, no muestra ningún deseo de arrimarse al árbol que más sombra da, sino de que la dictadura se transforme en algo más normal. En 1947, Franco elaboró una ley de sucesión —que convertía a España en un reino—, pero no nombró sucesor hasta veinte años más tarde. Si lo que le dijo Escrivá influyó en ello, Franco lo sabrá; en todo caso, me parece claro que de influir lo hizo en el aspecto bueno (salir de la incertidumbre) y no en el malo (el retraso en nombrar sucesor).
4) Si Franco dio ese paso, lo hizo a regañadientes, es decir, el comentario de Escrivá, por justificado que estuviera, lo que es gustarle, no le gustó. Bien claro lo dijo el obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay, buen conocedor de Franco y gallego como él: a un comentario semejante, hecho por la madre de don Juan en Portugal, contestó Eijo —que era monárquico convencido, y en su misa privada siempre rezaba “por nuestro rey Juan”— que tuviera paciencia, porque Franco era muy capaz de cerrar el paso a un adversario político. Así lo hizo, y de hecho don Juan nunca reinó. En definitiva, me parece claro que no había en Escrivá pretensión de sacar provecho político personal o corporativo, al decir lo que le dijo a Franco.
5) Si esta actuación no parece motivada por “cálculo político”—entendiendo por tal aprovechar una situación en provecho propio— habría otros motivos. A mí me basta el interés por que el sistema político sea más justo: es decir, me parece obvio que es un acto de oposición a la dictadura. Y además dicho en sus propias narices al dictador. Quizá se puede pedir más, alguno querría quizá que Escrivá hubiera aprovechado la coyuntura para envenenar o apuñalar a Franco. Y entonces desde luego que habría hecho algo que no es propio de un sacerdote.
6) Por lo demás, si hay un problema sucesorio, el problema no se resuelve precipitando el “hecho” sucesorio, sino preparándolo. Si no hay más remedio que matar al tirano, se le mata, es algo que afirmaba ya santo Tomás de Aquino. Pero es el último remedio, y me parece que pocos suscribirán que fuera el remedio oportuno en 1946, recién terminada la guerra mundial y habiendo quien planeaba una invasión de España para derrocar a Franco: una cosa es que, entonces, hubiera gente partidaria de tal acción, y otra que, conociendo la coyuntura, no podamos decir hoy día que hubiera sido —y fue para los maquis que lo intentaron— una empresa condenada al fracaso. Sea como fuere, parece difícil considerar que la persona más oportuna para realizar tal atentado fuera un sacerdote. De un sacerdote se espera un consejo espiritual, y entre los tales cabe —y debe caber como obligación— la advertencia acerca de lo esencial en una situación injusta que está provocando el interesado. Y ese consejo es el que le dio Escrivá, a pesar de que, de esa forma, quedara borrado de la lista de aduladores agradables. Un consejo que no se atrevían a dar a Franco otros consejeros espirituales me parece que puede ser calificado de valiente. En todo caso me parece que fue acertado.
Incluso suponiendo que Escrivá tuvo una actuación acertada en su relación con Franco, ¿puede decirse lo mismo de los demás miembros del Opus Dei?