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Lo bueno y lo nuevo del Código da Vinci (english version)

Lo bueno del Código da Vinci es lo que muestra su éxito: que incluso en Europa hay mucha gente que tiene afán por conocer la verdad, y en concreto la verdad religiosa. Lo nuevo es que encuentren inmenso eco en Europa ideas falsas sobre el cristianismo, predicadas por un no europeo. Trataré de exponer por qué pienso así.

Lo bueno

Los occidentales, y en concreto los europeos, que con frecuencia presumimos de saberlo todo, hemos descubierto que somos ignorantes. O, mejor dicho, hemos descubierto que el nihilismo cultural no es lo que la gente quiere. Después de la segunda guerra mundial, en mi opinión, a nuestros políticos —la cosa empieza más arriba, en “nuestros” dirigentes culturales e incluso religiosos— les entró un miedo tremendo a la verdad. No era un miedo vano, pues procedía de los desastres provocados por el nacionalismo.

El caso es que nuestra Europa —por no decir occidente, o que es algo que se trata de imponer al mundo entero— decidió que la única verdad sería que no hay verdad, que era preciso imponer la tolerancia como dogma. Sucede como en esas tertulias o asociaciones varoniles donde —al menos en España— estaba prohibido hablar de religión y de toros (en algunos casos hasta de fútbol): que al final resultan insulsas.

Hay un país donde aún no se ha prohibido hablar de Dios: Estados Unidos, y de ahí viene Dan Brown a contarnos qué es el cristianismo, desvelándonos que todo lo que nos han estado contando durante dos mil años era una enorme bola y que él nos va a contar la verdad.

Alguno pensará que esto no es cierto, que el Código da Vinci es una obra de ficción que sugiere cosas, y que luego cada uno piense lo que quiera. En efecto, ahí está parte de la novedad del libro —y de la película— en cuestión: su dulzura. Pero Brown cree en lo que cuenta y lo cuenta para que le crean, otra cosa es que lo haga con arte, que para eso es literato y no telepredicador, y no irrite al lector occidental, proclive a dudar de todo: su objetivo es que el lector llegue a convencerse de que es él mismo quien llega a la conclusión de que Brown es más fiable que los evangelios, si es caso que acepte que lo que la Iglesia católica presenta como evangelio es una versión entre tantas posibles, o que al menos si no cree la versión de Brown no crea ninguna o en todo caso no se fíe de la que la Iglesia presenta como auténtica. Véase lo que él mismo cuenta en su página de “preguntas frecuentes”:

“Mientras que los personajes del libro y sus acciones no son obviamente verdaderos, todas las ilustraciones, la arquitectura, los documentos, y los rituales secretos representados en esta novela existen (por ejemplo, las pinturas de Leonardo Da Vinci, la pirámide del Louvre, el gnosticismo, Hieros Gamos, etc.).  Estos elementos verdaderos son interpretados y discutidos por los caracteres ficticios.  Yo creo que las teorías discutidas por estos caracteres tienen mérito, pero cada lector individual debe explorar los puntos de vista de estos caracteres para llegar a sus propias interpretaciones.  Mi esperanza al escribir esta novela era que la historia serviría como un catalizador y trampolín para que la gente discuta los asuntos importantes de la fe, de la religión, y de la historia.”

Hay que conceder a Brown ese mérito que me parece principal causa de su éxito: reconocer que la religión es algo importante. Pero, si bien no me atrevo a decir al lector qué debe hacer (no en vano, soy europeo), sí hago notar que Brown sí lo hace: considera meritorias sus teorías —las de sus personajes— hasta el punto de que el lector debe tenerlas en cuenta. Well... No voy a decir que no me interese lo que opina Brown, pero, ¿qué tal si nos preguntamos si de aquello de lo que él habla han hablado otras personas y quizá no menos preparadas?

 

Lo que no es nuevo y otras razones del éxito del Código da Vinci

El “mérito”, más bien diría la razón del éxito del Código da Vinci, no está en su autor, sino, como dije al principio, en sus lectoras y lectores. La gente tiene sed de verdad, o simplemente quiere entretenerse, y el bodrio cultural que se sirve en Europa no nos satisface. La “media” de lo que se escribe en Europa lleva las de perder comparado con Dan Brown, sobre todo si lo que pretende es explicar la religión cristiana a gente que quiere saber la verdad y no simplemente reafirmarse en su falta de fe.

El autor del Código da Vinci no trata simplemente de explicar su visión del cristianismo: eso no bastaría para que tuviera éxito. Además tiene unas creencias religiosas, y las expone, de modo atractivo y más o menos convincente. Esto es una novedad relativa —relativa a los bodrios que solemos encontrar en Europa—, y es parte de la razón de su éxito —le faltan competidores—, pero como dije no me parece la principal, ni siquiera su principal novedad.

Claro que parte del éxito se debe al poderío cultural y económico norteamericano. Su editorial repartió 10.000 ejemplares gratis en Amazon, y eso no se lo pueden permitir demasiadas editoriales europeas. Pero eso no garantiza el éxito: tomen ustedes un bodrio y repartan 10.000 ejemplares gratis, se comerán el resto.

El éxito del Código da Vinci puede ser pasajero o no serlo, no estoy demasiado capacitado para adivinar su futuro, ya que no me dedico al marketing. Pero sobre lo que hay de nuevo y no nuevo respecto al cristianismo en el libro sí puedo decir algo.

Que el Código da Vinci afirme que Jesucristo no es Dios sino sólo hombre no es nuevo: lo han afirmado muchas personas en la historia, desde quienes le condenaron a muerte, pasando por los gnósticos que lo consideraban un ángel o un demiurgo, por los arrianos que se decían cristianos, por Mahoma, que consideraba a Jesús un profeta, etc... Esa diversidad de opiniones la puso de manifiesto el mismo Cristo ante sus discípulos al preguntarles quién decía la gente que era él, precisamente para que les quedara claro que, al margen de lo que dijeran otros, él afirmaba de sí mismo ser Dios.

Así que el decir que Jesús no es Dios, el no ser cristiano, no es la novedad del Código da Vinci. A no ser que aceptemos lo que su autor sugiere, que la Iglesia católica tiene tanta fuerza que ha conseguido dar en el olvido con esas opiniones y ahora viene Dan Brown a resucitarlas.

Afirmar que el Código da Vinci viene a desmontar una conspiración que ha durado dos mil años, me parece que es suponer poca cultura en sus lectores. Decir que la opinión de que Cristo no es Dios ha sido acallada es un insulto a los musulmanes, que son más de mil millones, y no creen en la divinidad de Jesucristo. Hay otras muchas religiones que no creen ni que Cristo sea un profeta: todas las demás en concreto, desde el hinduismo, al sintoísmo, o a los testigos de Jehová. No serán pocos los que sepan que la Iglesia católica influye poco en China, y que no todos los chinos, ni mucho menos, piensan que Cristo sea Dios.

Naturalmente, Dan Brown no afirma que la Iglesia católica es el poder supremo del mundo y que acalla toda crítica: su poder alcanza a los católicos, a los que creen en ese mensaje que según él es falso. Y puesto que no quiere acusar a cientos de millones de personas de idiotez, o es que han sido sometidos a esa creencia de forma violenta o, de una forma más sutil, han sido engañados mediante una formidable conspiración. Los elementos de ese poder tiránico u ocultador de la verdad habrían sido en siglos pasados poderosos emperadores, monjes o frailes inquisidores, en siglos más cercanos los jesuitas o ahora el Opus Dei.

 

Conspiraciones e inquisidores; milagros y mártires

Dan Brown no vivía en Israel hace veintiún siglos ni podrá encontrar documentos que digan que los milagros de Cristo eran falsos. Así que —en mi opinión— recurre al siguiente silogismo, que es parcialmente cierto: todos podemos reconocer la verdad, por tanto no se requiere usar la violencia para difundir la verdad. Luego si alguien recurre a la violencia, es que lo que difunde no es la verdad.

El punto falso de esta argumentación es que no sólo los falsarios emplean la violencia. Esta argumentación es, en mi opinión, tan falsa como el refrán de que dos no discuten (en este caso pelean) si uno no quiere. Napoleón invadió España sin mediar provocación; Hitler invadió un montón de países sin justicia alguna: unos no se resistieron —como Dinamarca— y otros sí, como Polonia, Francia, la URSS… En todas esas invasiones uno no quería pelear, y algunos tuvieron que pelear, aunque no querían, porque decidieron defenderse.

Ciertamente, a los primeros cristianos les impresionaron los milagros de Cristo, pero no les forzaron a creer, ni el haber visto milagros les llevó a ellos a violentar a otros. Si Jesús hubiera querido usar los milagros para forzar a creer, los habría hecho cuando los fariseos le pedían que los hiciera —aparentemente estaban dispuestos a creer—, cuando se lo pidió Herodes, los habría hecho ante Pilatos y, ya puesto a defender su causa, no habría dicho a Pedro que guardara la espada cuando fueron a prenderle.

Cristo se oponía a la violencia, pero no se oponía a que creyeran que es Dios, pues ante las aclamaciones de quienes lo llamaban Hijo de Dios y las protestas de los fariseos dijo que si aquéllos callaran hablarían las piedras. Si en una sociedad alguien intenta imponer por la fuerza una fe —o impedir injustamente su ejercicio—, toda persona consciente de los derechos del hombre tiene deber de resistirse a tal agresión… Incluso aunque esa sociedad sea de mayoría católica.

Así pues, Cristo dijo ser Dios, y quien lo niega no puede llamarse cristiano como pretende Brown. Para Brown, Jesús no sólo no es Dios, sino que es un lidercillo de segunda, porque ni siquiera sus primeros seguidores, que acusaban a las autoridades judías de haber matado “al autor de la vida”, fueron fieles a su mensaje.

Todo esto, como digo, es tan viejo como las primeras “herejías” surgidas dentro del cristianismo y las primeras críticas venidas desde fuera. La relativa novedad de Brown es, me parece, el sumar ambas cosas: vestirse a la vez de insider y de outsider.

 

Lo nuevo del Código da Vinci: insiders y outsiders

Sospecho que Dan Brown, a pesar de haber viajado, tiene un universo mental que no llega muy lejos de las fronteras de los Estados Unidos. Y me parece que ahí está la novedad del Código da Vinci: que introduce en lectores que han sido o incluso son cristianos e incluso católicos un modo de pensar típicamente “Made in USA”. La verdad viene marcada por el prestigio de que quien la dice es (aparentemente) cristiano; es más, viene del país más cristiano del mundo.

Brown no es el primero que tiene éxito contando a cristianos algo distinto a lo que Cristo dijo y vendiéndolo como cristianismo, pero es posible que sea el primer “americano” que globaliza la venta de su producto y consigue venderlo como si fuera más genuino que el más rancio catolicismo.

En el pasado, ya se dio el fenómeno de la llegada a países con muchos habitantes cristianos de personas que decían ser cristianos y no lo eran: en concreto, los germanos arrianos. Pero en ningún lugar se dio un paso masivo del catolicismo al arrianismo: todos se daban cuenta de que esa gente había oído hablar de Cristo sólo a medias. Después llegaron los musulmanes, que tampoco eran cristianos pero cuya imagen de Cristo como profeta no distaba esencialmente de la que tiene Brown. En este caso las dificultades “normales” de la vida (vamos a dejar de lado la violencia) convencieron a muchos para pasarse al Islam. Más tarde llegó Lutero, que era originariamente católico —no se le podía acusar de ser un inculto, como a los arrianos o a los gnósticos— y siempre creyó en la divinidad de Cristo, al menos subjetivamente.

Puede dudarse de que la fe de Lutero en la divinidad de Cristo fuera coherente, dado que consideraba que la Iglesia, fundada por Cristo, no fue fiel a su mensaje: o sea, que Cristo, siendo Dios, no tuvo tanto poder como para evitar que la Iglesia “se saliera de madre”. En su papel de reformador Lutero se puso por encima de una institución que él no negaba que hubiera sido fundada por Cristo. Pero al menos Lutero era un auténtico insider. No fue el primero al que la Iglesia expulsó de su seno por predicar doctrinas que trataban de reformar lo que Cristo mismo había dicho.

Dan Brown es un outsider porque no es católico: pero pretende decir a los católicos lo que deben creer. En este sentido pretende ser también insider. Dice ser cristiano, más cristiano que los católicos. ¿Qué decir a esto?

 

Una respuesta a los lectores de Dan Brown

No tengo nada en particular que aconsejar a Dan Brown, salvo que se deje de campañas de marketing y, puesto que supongo que ya ha ganado suficiente dinero, reconozca que no es cristiano. Me interesa más saber qué decir a los posibles lectores o interesados en el tema sobre el que habla el Código da Vinci, porque esa preocupación religiosa sí me parece importante.

Sobre los errores históricos de Dan Brown han dado suficiente respuesta autores como Carl Orson o Michael Gleghorn, y sobre sus errores respecto al Opus Dei han respondido numerosos autores (también en inglés). Yo quiero responder sólo a la pregunta: ¿puede existir un cristianismo a la carta? En concreto, ¿puede existir un cristianismo que no crea que Cristo es Dios?

La respuesta sociológica es que sí: muchos que, como Brown, se dicen cristianos, no creen en la divinidad de Jesucristo. ¿Se les puede replicar que en realidad no son cristianos y que no vengan a decirnos a los cristianos lo que tenemos que creer? ¿En qué podría basarse tal réplica?

Si Cristo es Dios, que lo muestre. Well..., ahí están sus milagros. Nótese que los milagros que los discípulos de Cristo dijeron que hizo no tenían como fin obligar a creer sino ayudar a creer a quienes estaban dispuestos a creer. A los fariseos no les sirvieron más que para emperrarse en que la solución era matar a Jesús. Pero no los negaron: ni siquiera el de la resurrección, pues pagaron a los soldados para que dijeran lo contrario de lo que habían visto, pero no mostraron el menor interés por investigar si aquello era cierto: es coherente con la lógica de quien no busca conocer la verdad sino defender —si hiciera falta con la violencia— su posición social, pues acerca de que aquello era probablemente cierto tenían datos, los de los testigos presenciales de la resurrección de Lázaro, por citar sólo un milagro inmediatamente anterior a la pasión de Cristo.

El cristianismo no se impone, pero no es absurdo. El que Dios se haga hombre es duro de creer: cualquier hombre podría decir que es Dios. Pero no es imposible, si se cree en un Dios omnipotente y se entiende que puede tener motivos para hacerse hombre. Es lógico pedir pruebas de esa divinidad. Y esas pruebas son los milagros. Esos milagros tuvieron muchos testigos, que no sólo no violentaron a otros para que los creyeran, sino que aceptaron morir antes que decir que esos milagros eran falsos.

Ahora viene Dan Brown, lógicamente no es el primero, y dice que son falsos. ¿No le podríamos pedir que presente alguna prueba? ¿Que presente, si no para probar la falsedad, para probar otras posibilidades, a otro grupo de personas que se hayan dejado matar con tal de no negar que son ciertos tales y cuales milagros? ¿Que presente otra institución que haya mantenido sin cambiarla una doctrina durante dos mil años (lo cual es, dicho sea de paso, en mi opinión, otro milagro)? Dan Brown no presenta nada, sin más niega esa continuidad. ¿Es posible creerle sin más? No creo; y desde luego, no me parece que quien dé preferencia al testimonio de Brown contra el testimonio de los mártires de la Iglesia pueda encima pretender que es cristiano.

Cristo advirtió a sus discípulos que en el mundo tendrían dificultades, pero que no temieran, que él estaría con ellos hasta el final de los tiempos. No puedo añadir nada a eso.

Santiago Mata, 7.9.2004. Última revisión, 12.5.2006.