Un océano entre los primeros
cristianos y el siglo XX
Por continuar con la comparación,
Escrivá no sólo recordó la llamada universal a
la santidad, sino que mostró que la santidad en la vida ordinaria
es realmente posible: fue y volvió, y enseñó a
otros a recorrer ese camino. El Concilio Vaticano II recordó
solemnemente esa doctrina, de modo que en adelante no pudiera seguir
pasando “desapercibida”. Escrivá se reencontró
con esos primeros cristianos que se habían esforzado por vivir
santamente trabajando como los demás, y mostró esas vidas,
que habían caído en el olvido, a sus coetáneos.
Eso si queremos comparar a ese salto sin solución de continuidad
que Escrivá decía que había entre los primeros
cristianos y el catolicismo del siglo XX, con el océano Atlántico.
Si en lugar de hacer un paralelismo entre América y la llamada
universal a la santidad, en un contexto en el que el mundo la ignora,
planteamos la viceversa, me parece que la comparación también
resulta ilustrativa. Quienes fueron a América antes que Colón
—incluso los propios indios— tenían la posibilidad
de haber puesto América en contacto con el resto del mundo, pero
los indios ignoraban su relación con el resto del mundo, a pesar
de que sus antecesores procedían de Asia, y quienes entraron
en relación con ellos no los integraron en su civilización,
porque tenían otras prioridades —comercio, explorar “sin
más”— o porque las circunstancias se lo impidieron.
Los indios se asemejarían, en esta perspectiva, a las personas
—cristianas o no— que en la práctica ignoran que
pueden y deben luchar por ser santos. Algunos han venido a recordárselo,
pero o bien no hacían de esta doctrina el punto esencial de su
mensaje o, por los avatares de la historia, su mensaje no cuajó.
Escrivá sí lo convirtió en el punto central de
su predicación y de su vida, y me parece que puede decirse que
consiguió que su mensaje cuajara. ¿Fue esto una casualidad
del destino o se debía a méritos propios del personaje?