El problema
del mal y la libertad humana
Las imperfecciones en las criaturas no indican más que su limitación:
que no son Dios. El que un hombre sea ciego sólo nos indica que
no es la vista lo específicamente propio del hombre. Lo específicamente
propio del hombre es esa libertad racional que la conciencia pone al
descubierto. El que determinados instrumentos —como la vista—
nos ayuden a ejercer la libertad, no implica que sean necesarios. Pero,
si no existe un mal hecho por Dios, ¿significa eso que no lo
hay en absoluto? ¿Todo mal es estrictamente limitación
propia de los seres que no son Dios?
Si todo hombre siente en su conciencia la llamada del bien, la experiencia
nos muestra que todo hombre siente también cierta inclinación
a la rebeldía frente al bien, ese hacer lo que a uno le venga
en gana. Pretender que ese estorbo objetivo para hacer el bien haya
sido puesto por Dios “para fastidiar” no es compatible con
la bondad divina: nos guste o no, hay que admitir que es el propio hombre
quien ha estropeado “la máquina”. Si a alguno le
resulta complicado llamar pecado original a esta inclinación,
que la llame de otra manera.
Si hay guerras y crímenes, es porque Dios hace el bien de respetar
la libertad que ha decidido dar al hombre. Existe un mal distinto a
la simple limitación de los seres, un mal que tiene su causa
en el abuso de la libertad: a ese mal llamamos pecado. Y en la medida
en que ese mal no es mera limitación, debe ser reparado.