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El Opus Dei, Josemaría Escrivá y Franco
Los miembros del Opus Dei que intervinieron en política durante el régimen de Franco (1939-1975) afirmaron que actuaban libremente y que no representaban al Opus Dei, es decir, que no les daban consignas para actuar en política. En las siguientes líneas estudiaré esta cuestión desde mi punto de vista personal, como historiador. No me siento vinculado a esas personas políticamente, ya que no he actuado en política y cuando Franco murió yo tenía diez años. Como miembro del Opus Dei que soy, la cuestión podría afectarme si, contra lo dicho por ellos, su actuación implicara alguna vinculación del Opus Dei con el régimen de Franco. Para este somero estudio me remitiré a fuentes publicadas que están al alcance de cualquiera. (Ir a la versión de páginas breves.)

Si los miembros del Opus Dei que actuaron en política durante el franquismo hubieran dicho que no actuaban libremente (o no en cada una de sus actuaciones), sino siguiendo consignas políticas del Opus Dei, podría habérseles dado crédito. No en vano, hubo instituciones católicas que preparaban a sus miembros para actuar en política, y alguna llegó a estar representada por ellos en el gobierno, de modo que tales personas –Martín Artajo, Castiella, etc.), antes de aceptar el nombramiento de ministro, lo consultaban con la institución y recibían de ella consignas sobre cómo actuar.

De ahí que también haya quien examine al Opus Dei y a los miembros de esta institución que actuaron en política durante la época de Franco, por si es posible saber hasta qué punto tal actuación da o no pie a que se tache al Opus Dei de “colaboracionista” con el régimen. Interés particular despierta, como es lógico, la actuación de su fundador, Josemaría Escrivá.

El primer punto es, pues, que el Opus Dei y sus miembros afirman la peculiaridad —que les distinguiría de algunas instituciones católicas durante la época de Franco, lo que no significa de todas— de no dar consignas políticas, no actuar corporativamente en política y no poner en ese campo a sus miembros más limitaciones que las de la doctrina católica general.

Un cambio de perspectiva
Apoyar al régimen de Franco no sólo reportaba beneficios financieros, sino que era lo común entre los católicos, es decir, más bien habría que preguntarse y en su caso explicar por qué un católico no apoyaba a Franco (si fuera el caso). Una de las dificultades de tratar este asunto es, y me parece importante notarlo, que hoy lo vemos desde la perspectiva contraria a como se veía entonces: hoy nos preguntamos por qué una persona o institución apoyaba a Franco (eso es hoy “lo raro”), mientras que entonces la pregunta era por qué un católico no lo apoyaba, siendo así que el régimen decía estar haciendo todo lo posible por ayudar a los católicos. Hoy es, insisto, la sumisión y no la rebeldía lo que extraña.

Habida cuenta de este cambio de perspectiva, pienso que si queremos comprender a quienes vivieron esa época, hay que recorrer la mitad del camino que nos separa de ellos. Admitamos que nuestra cultura es distinta de la suya, y tratemos de ver cómo juzgaban ellos las cosas desde su perspectiva cultural. Con esto no niego que exista el progreso, y que nuestras categorías morales, supuesto que sean distintas a las de esa época, no sean mejores: no lo niego, pero pido que no se imponga con carácter retroactivo. Dicho de otro modo: que no se niegue la historia. Porque si una forma de pensar no era común en determinada época, no digamos si era inaudita, constituiría un anacronismo calificar de idiota a alguien por no saber lo que no tenía por qué saber. Los hombres del siglo V no eran idiotas por no saber que la tierra es (más o menos) esférica, ni lo eran Newton o Edison por no conocer la teoría de la relatividad.

Volviendo el régimen de Franco era visto —en su origen— por muchos católicos como “bueno”, y hoy —después de su desaparición— es visto, también por muchos católicos, como “malo”. Antes de saber si tal o cual persona o institución colaboraba o no con Franco y por qué, me parece que convendría echar un vistazo al régimen de Franco tal como era visto (o al menos aproximadamente) por las personas que lo vieron surgir.

El régimen de Franco (1939-1975)
Franco estableció su primer gobierno el 1 de enero de 1938, pero me parece interesante explicar su régimen, su dictadura, a partir del final de la guerra civil (1 de abril de 1939). Porque entonces es cuando empezó a ser un régimen “extraño” también para algunos de sus coetáneos. Es difícil para una democracia, donde las decisiones se discuten, llevar con éxito una guerra (pero no imposible). Por eso desde tiempos inmemorables (desde los romanos al menos), muchas sociedades han previsto (como posibilidad, casi nunca como ideal) la institución de la dictadura: los romanos trataron de ponerle un límite temporal, a sabiendas de que el poder crea adición, y de que dar todo el poder a una persona es un riesgo grande. Los suizos, que son a su manera muy demócratas, lo saben también, y por eso sólo en caso de guerra o movilización nombran un general (ni siquiera le dan el título de dictador) al que dan poderes extraordinarios: así hicieron durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Pero volvamos a España, y centremos la cuestión en los católicos y el Opus Dei.

En su libro sobre El colapso de la República, Stanley Payne concluye que el principal error de la Segunda República Española fue pisotear los derechos cívicos de los católicos. Partiendo de esta percepción, muchos católicos vieron con simpatía —o al menos como algo inevitable si se quería “poner orden”— la sublevación militar del 17 de julio de 1936.

Este dato, esta suposición, me parece interesante, pero hasta cierto punto irrelevante. Sería relevante si “los católicos” como tales hubieran organizado o al menos tomado parte en la organización de la sublevación, cosa que no se dio (a no ser que se quiera identificar como “los católicos” a los carlistas) y porque, tras la sublevación, se produjo una persecución religiosa en la que murieron, sin causa justa (suponiendo que haya causas justas para dar muerte a personas), decenas de miles de católicos en un breve plazo de tiempo (el mes más sangriento fue agosto, lo que no significa que la persecución tuviera menor intensidad en julio, ya que empezó mediado este mes). Esto hizo que los católicos se adhirieran, por simple instinto de supervivencia (lo cual no impide que hubiera otros motivos) a los militares.

La justicia de los otros motivos se puede poner en causa, defender la propia vida es en cambio un derecho inalienable, y defender la de los demás (familia, clero, católicos en general), una obligación. De modo que me parece difícil acusar a los católicos por haber apoyado al bando nacionalista (alias “nacional”) durante la guerra. Esto incluye una excepción: las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, donde la persecución religiosa tuvo menor intensidad, las iglesias permanecieron en su mayor parte abiertas, y defender al gobierno no implicaba directamente perseguir a los católicos. Claro que, en la medida en que la guerra en el País Vasco estaba vinculada a la guerra española, las autoridades religiosas (obispos y Santa Sede) consideraron que no era lícito a los católicos vascos continuar la guerra en el bando republicano.

En resumen, me parece claro que, hasta el fin de la guerra, no tiene sentido considerar como opción ilegítima para los católicos la de apoyar a Franco, en el contexto “cultural” (o de falta de cultura, porque eso es en definitiva lo que da lugar a las guerras) en que se encontraban: la crispación de la época republicana, y finalmente la persecución a muerte contra los católicos desatada tras la sublevación militar. Más bien eran entonces los católicos que no se sumaron a la sublevación (Partido Nacionalista Vasco principalmente), quienes se sentían obligados a dar explicaciones.

El “problema” empieza cuando deja de ser explicable que haya una dictadura: con el final de la guerra. Franco tenía muchos argumentos para prolongar la dictadura —que los españoles eran un pueblo muy anárquico y había que poner orden, la guerra mundial—, pero no con los plenos poderes que le había dado la junta militar el 28 de septiembre de 1936 al nombrarlo Jefe del Estado Español “mientras durase la guerra”. En realidad, un observador avispado ya podía haberse “olido la tostada” al oír como, el 1 de octubre, en el discurso donde anunciaba su nombramiento, Franco añadía el cargo de Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y suprimía la única limitación (temporal) que había puesto la Junta de Defensa Nacional.

Franco comenzó pronto a realizar cambios —quitar poder a Serrano Súñer y la Falange, convocar Cortes, aprobar el Fuero de los Españoles, dar entrada a ministros “católicos” oficiales—, en la medida en que se lo exigían las circunstancias (pérdida de poder de los alemanes y presiones aliadas a favor de la monarquía y de la democracia). Pero su poder personal fue, hasta su muerte, omnímodo. Éste era el principal “problema”, y como tal lo captaron también los propios generales que le había elegido, al menos Kindelán y otros ocho tenientes generales, que en agosto de 1943 le escribieron una carta recordándole respetuosamente que no le habían elegido para “eso” y que quizá había llegado el momento de restaurar la monarquía (ver al respecto este artículo del historiador Fernando de Meer).

¿Qué hacer frente a un dictador dispuesto a morir en el trono?
Una parte de los españoles pensó que Franco nunca “se pasaría” como hicieron Hitler y Mussolini, porque a diferencia de ellos era católico y tenía “convicciones morales”. Este argumento justificativo iría perdiendo fuerza cuanto más se debilitaban las dictaduras y más prestigio ganaba la democracia. En todo caso, confiar las llaves de la política a la honradez de una persona —esencia del sistema monárquico— es un riesgo que cada vez menos sociedades están dispuestas a admitir. Parte de la cuestión es preguntarse si los españoles de entonces —católicos o no— admitían realmente una dictadura arbitraria o más bien no la combatían por estar cansados de luchar o incluso por haber visto “cosas peores” (la República y la guerra). Evidentemente, para ganar apoyos o debilitar oposiciones, Franco jugó hasta el final esta carta de “yo o el caos”.

Pero Franco no jugó sólo la baza del “palo”, sino también la de la “zanahoria”. La dictadura era cada vez menos arbitraria, e iba reconociendo ciertos derechos (Fuero de los Españoles): evolucionaba en sentido inverso a las de Hitler y Mussolini. No dejaba de ser arbitraria, y Franco conservaba el poder de desandar lo andado, pero para quienes no se dejaran engañar por el dilema “yo o el caos”, abría una ventana a la esperanza: “él, pero después un sistema democrático, siempre y cuando creemos las condiciones para que no resulte un caos semejante a la República”.

Buena parte de los españoles en 1945 aceptaba el poder omnímodo de Franco porque garantizaba la paz, un valor que les parecía más importante que las libertades políticas. Pero también había otros que, sin justificar la injusticia fundamental de la dictadura, consideraban que era posible promover desde dentro del régimen cambios que lo fueran haciendo poco a poco más justo. Dentro de éstos, unos pondrían mayor o menor empeño en no verse mezclados con el régimen: en no colaborar políticamente, aunque con su trabajo contribuyeran al desarrollo social. Otros preferían exiliarse para no verse mezclados en absoluto con la dictadura. Otros llegaban a combatirla más o menos violentamente, inclinándose quizá, en el difícil equilibrio entre justicia y paz, decididamente a favor de la primera.

¿A cuál de estas posturas se pareció más la de Escrivá?

Escrivá y la oposición a la dictadura: riesgo de encarcelamiento
Me referiré aquí a algunos datos que presenta Andrés Vázquez de Prada en el volumen II de la biografía del Fundador del Opus Dei, y que me parece que pueden ayudar a comprender cuál fue la postura de Escrivá respecto al régimen de Franco en los años de la posguerra en que la dictadura se configuró como tal.

Citaré las páginas del libro entre paréntesis, mientras que pondré entre corchetes los textos que en el libro son citas, generalmente referidas al archivo de la Prelatura del Opus Dei. El primer dato (p. 388) se refiere a una persona que había sido arrinconada y perseguida al terminar la guerra civil, cuya viuda agradecía la compañía que Escrivá hizo a su marido “en los años en que nadie —ni los amigos más íntimos— se habían atrevido a manifestarle afecto, porque se encontraba en la cárcel, con la acusación de pertenecer a la masonería” [Javier Echevarría, Sum. 2946].

Por haber oído contar a D. Juan Bautista Torelló —un sacerdote que actualmente vive en Viena— lo que le dijo Escrivá al conocer su filiación catalanista (en 1940), corroboro lo que escribe Vázquez de Prada: “En una larga conversación que tuvo Juan Bautista con don Josemaría, le manifestó que pertenecía a una organización de defensa de la cultura catalana, considerada por la policía como clandestina y antifranquista, pues estaba prohibido el uso del idioma catalán. El Fundador le recordó la libertad de que gozaba en ese aspecto; era problema suyo, y nadie en la Obra le preguntaría sobre ello. Pero, ya que me lo has dicho —añadió el sacerdote—, te quiero dar un consejo. Procura que no te detengan, porque, siendo pocos, no nos podemos permitir el lujo de que uno de nosotros esté en la cárcel. No pasaban entonces de media docena los miembros de la Obra en Barcelona.” (p. 389)

El riesgo de ir a la cárcel pasó de ser una amenaza que recaía sobre algún miembro del Opus Dei, a serlo para toda la institución, después de que en julio de 1941 se presentara una denuncia ante el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, cuyo ponente era el Sr. González Oliveros: “se denunciaba a un grupo de personas, dirigidas por el padre Escrivá, de formar una rama masónica con concomitancias de sectas judaicas” (p. 512). El presidente del Tribunal, general Saliquet, se interesó por el género de vida de los miembros y entre otras cosas le dijeron que vivían la castidad. “El presidente entonces decidió que no se hablara más de la denuncia y que se archivara el asunto, pues él jamás comprendería la utilidad de que un masón para sus fines, tuviera que vivir la castidad. Aserto que compartió el Tribunal en pleno (Existe relación del magistrado Dr. Luis López Ortiz, entonces Secretario General del Tribunal Especial de Represión de la Masonería [cfr. Registro Histórico del Fundador, Testimonio-04214).]”.

En los momentos en que el régimen se constituía, puede decirse por tanto que Escrivá mantenía contacto con personas que habían caído en desgracia, hasta un punto más allá de lo que otras personas —amigas de los “derrotados”— consideraban prudente. Incluso en el Opus Dei había quien desarrollaba actividades ilegales —que cualquier persona “normal” consideraría sin embargo como legítimas— y que la institución en bloque fue acusada de algún tipo de tales actividades (masonería), si bien no necesitó de intervención propia para defenderse de tales acusaciones. Parece, pues, que Escrivá no rechazó a quienes, en forma que los interesados consideraban en conciencia legítima, se oponían al régimen. ¿Cuál fue su postura respecto a quienes sí colaboraban con el régimen?

Escrivá y el régimen: las vicisitudes políticas “me obligaron a no vivir en España”
En este punto, tomaré algunos datos presentados —en la biografía antes citada— por quien había de ser el sucesor de Escrivá al frente del Opus Dei: Álvaro del Portillo. Respecto al “saludo brazo en alto” copiado por los falangistas de fascistas y nazis, y que de algún modo simbolizaba la adhesión al régimen, dice Portillo que “don Josemaría nunca hizo ese saludo, por considerarlo expresión de carácter político. Y en las ceremonias oficiales, o cuando se tocaba el himno nacional, permanecía de pie y en actitud de respeto [Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 647.]” (p. 389).

“Por lo que respecta al régimen franquista, el Fundador guardó una actitud de independencia. Estimaba del régimen la restauración de la paz, después de años de anarquía y persecución religiosa, pero no compartía la actitud de quienes intentaban apropiarse del mérito de tanto sacrificio y heroísmo en la defensa de los derechos de la Iglesia y de la persona, o bien lo atribuían a una sola persona, por muy importante que hubiera sido su papel en la guerra civil” [Cfr. Álvaro del Portillo, Sum., 654.]. (p. 390)

“Para no verse envuelto en las vicisitudes políticas, ni manejados políticamente los apostolados de la Obra, el Fundador fue sumamente prudente en sus relaciones con las autoridades civiles. Así, y todo, hubo gentes que no le permitieron guardar las distancias, por lo que, en cuanto pudo establecerse en Roma, decidió aparecer muy de tarde en tarde por España.”

“Éste ha sido —confiesa— uno de los motivos que me obligaron, desde 1946, a no vivir en España, a la que no he vuelto desde entonces, salvo en muy raras ocasiones y por muy pocos días [Cfr. Ibidem, Sum. 656]. Un ejemplo de ese prudente comportamiento, manteniéndose al margen de las actividades políticas, es el ejercicio de su cargo como miembro del Consejo Nacional de Educación, aun cuando se trataba de un organismo de carácter académico y educativo. Cuando en 1941 se creó el Consejo Nacional de Educación, era Ministro don José Ibáñez Martín, al que el Fundador había conocido y tratado en Burgos tres años antes. El Ministro deseaba contar con don Josemaría, quien, por presiones del Obispo de Madrid, aceptó la propuesta, teniendo en cuenta sobre todo el influjo apostólico que podía ejercer desde su cargo. Su nombramiento como uno de los cinco Consejeros Vocales, en representación de la Enseñanza Privada, aparece en el Boletín Oficial del 3.II.1941. Pero pronto se dio cuenta de que su papel apostólico estaba muy restringido y por ésa, y otras razones, prefirió evitar toda relación personal con el Ministro [cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 384]. El Ministro lo lamentó; y cuando comenzaron a propalarse públicamente las calumnias contra los miembros del Opus Dei y su pretendido asalto a la Universidad para copar las cátedras, pudo dar fe de la injusticia de tales calumnias.”

Resumiendo los datos anteriores, Escrivá no aprovechó las ventajas que ofrecía un “régimen católico”. Aseguró que fue por obediencia a la autoridad religiosa por lo que aceptó un cargo en el que pensaba poder aportar un consejo espiritual, pero al ver que no era así, decidió también cortar esa relación con un ministro de Franco. Y dijo que fue el perjuicio que la implicación en ese régimen político podía causar al Opus Dei lo que le llevó a exiliarse voluntariamente. Si resulta dura la palabra exilio —por ejemplo a las personas que sí hubieran estado dispuestas a colaborar con el régimen—, se puede emplear la misma perífrasis que empleó Escrivá: las vicisitudes políticas le obligaron “a no vivir en España”.

La perífrasis precisa que Escrivá no era un exiliado político: no se fue de España sólo porque sus ideas políticas fueran distintas a las del régimen. Y tampoco porque le pareciera que para un cristiano fuera necesariamente incompatible colaborar. Pero él en concreto diseñaba la forma de ser del Opus Dei, independiente de las circunstancias de un país o de una época determinada. Y opinó que, en España y en ese momento, no iba a poder realizar ese diseño sin que quedara marcado, de alguna forma o al menos en apariencia —para algunos— con características derivadas del sistema político de la España del momento: que tales trazos aparecieran en la biografía de una persona, también de un católico o de una persona del Opus Dei, sería más o menos admisible en función de lo que tales personas decidieran en conciencia. Pero que apareciera en los rasgos definitorios del Opus Dei, le pareció incompatible con una misión universal.

Sea esta explicación mía completa o no, el caso es que Escrivá se fue de España para no mezclar el Opus Dei con el régimen de Franco. ¿Lo hizo por un interés exclusivamente espiritual?

Evitar mezclas, ¿por interés espiritual o cálculo político?
Podría pensarse que, más que un interés puramente espiritual, podría haber sido un cálculo certero, prever que con el tiempo el Opus Dei podría ser relacionado con o influido por la dictadura, lo que llevó a Escrivá a alejarse de España. Al respecto se me ocurren cuatro comentarios:

1) Juzgar las intenciones es peligroso, o al menos difícil, y quien se anime a hacerlo al menos debería mostrar qué indicios le llevan a tales conclusiones.

2) Si alguien se aleja de un país donde hay una dictadura, para evitar relacionarse con tal régimen, de hecho está evitando meterse en política, y me parece que es sobre los hechos —si Escrivá y el Opus Dei como tal se implicaron con la dictadura de Franco— de lo que aquí estoy tratando de hablar.

3) Si ello se hubiera hecho por “cálculo político”, lo más que se puede decir de tal persona es que como político vale poco: en política es importante saber bailar con todos, adaptarse, y si uno no sabe adaptarse, es un mal calculador, porque se trata de tener cartas de todos los palos, tener una “cuota de poder” en todos lados, aunque sea pequeña. Si uno se quita de en medio, luego que no venga a pedir: romper con la España franquista al comienzo de la dictadura es tanto como quedar fuera de juego para lo que el régimen dure. Y de hecho Escrivá murió antes que Franco, así que, de ver una intención política, parece evidente que es la de no relacionarse con la política de Franco.

4) Por lo demás, de poco sirve hacer algo “para que con el tiempo no te acusen de haber hecho lo contrario”, porque tratándose de España, de todas formas te acusarán: los españoles olvidan muy pronto y no tienen fama de ser personas agradecidas, si se me permite el comentario, que hago sin acritud y me parece que sin faltar a la justicia. Si además, tenemos en cuenta que se trata de un católico, hay que añadir que siempre habrá alguien que se encargue de acusar a los católicos de ser culpables de cosas en las que no tienen culpa: desde el incendio de Roma de Nerón, pasando por la caída del Imperio Romano —ya san Agustín tuvo que gastar tinta para aclarar que los cristianos no eran “ciudadanos irresponsables”—, hasta el nazismo: al final resulta que los miles de sacerdotes y decenas de miles de cristianos —por no hablar de millones en el caso de Polonia— asesinados por los nazis son culpables de genocidio porque “quizá pudieron hacer algo más para salvar a los judíos”. Como poder y como quizá, quizá todos podemos hacer algo más, pero lo que hay detrás de estas críticas “quizá pueda ser” el deseo de lanzar balones fuera y que no miren a ver qué ha hecho o dejado de hacer uno mismo, y atraer la atención hacia gente que “encaja bien las críticas”.

Todo esto se refiere a la relación de Escrivá con el régimen. ¿Y su relación personal con Franco?

Lo que Escrivá le dijo a Franco
Escrivá predicó unos ejercicios espirituales a Franco y su mujer (Carmen Polo) del 7 al 12 de abril de 1946, es decir, poco antes de trasladarse a vivir a Roma. Veamos cómo narra el asunto Vázquez de Prada (p. 676), comenzando con una cita de Escrivá:

“Me han encargado —escribe don Josemaría con fecha 26 de marzo— que dé ejercicios al jefe de Jesús [Jefe de Jesús Fontán Lobé, un oficial de Marina (alusión a Franco).], durante la Semana de Pasión. Veremos qué sale.”
“En 1946 España vivía una paz muy frágil, amenazada por presiones del exterior. Ante el riesgo de nuevos conflictos, la nación cerró filas, a la defensiva, colocándose al lado de los poderes constituidos, y buena parte de todos los ambientes significativos prodigaba alabanzas y elogios a la figura del Jefe del Estado.
Y sucedió uno de aquellos días que el sacerdote preguntó a Franco:
—¿Es que no ha pensado nunca, Excelencia, en que puede morirse en cualquier momento?
Pasaron unos días y, charlando don Josemaría con don Leopoldo, salió a relucir la conversación con Franco y don Leopoldo le interrumpió:
—Usted no hará jamás carrera [Carta, desde Roma, en Escritos del Fundador-640614-1].”

Ante estos datos se me ocurren los siguientes comentarios:

1) Escrivá podría haberse negado a predicar a Franco, y de hecho supongo que es lo que habría hecho si su intención fuera sólo un cálculo político para que no le relacionaran con el dictador y su régimen.

2) Si aceptaba el riesgo de que lo relacionaran con Franco, quizá es que cambió de opinión y decidió sacar tajada del régimen: pero para sacar tajada uno halaga a los políticos, y no les recuerda que se van a morir. Por si no quedara claro, tras el recordar la muerte lo que hay es una crítica a lo esencial de la dictadura: el perpetuarse. Dado que el dictador no es inmortal, su empeño en no ceder el poder constituye en sí mismo un problema. Problema que con el tiempo no hace más que agravarse, ya que él se aficionará más al poder, y las personas que podían gobernar (en el nivel máximo del Estado, ya se entiende que Franco tenía ministros) están cada vez peor preparadas para hacerlo, no hay quien pueda sustituir al dictador, ya que tal sustitución no se contempla: no se prepara la transición, y luego hay que improvisar con políticos inexpertos (como de hecho sucedería en la transición española).

3) Tal crítica, me parece, no muestra ningún deseo de arrimarse al árbol que más sombra da, sino de que la dictadura se transforme en algo más normal. En 1947, Franco elaboró una ley de sucesión —que convertía a España en un reino—, pero no nombró sucesor hasta veinte años más tarde. Si lo que le dijo Escrivá influyó en ello, Franco lo sabrá; en todo caso, me parece claro que de influir lo hizo en el aspecto bueno (salir de la incertidumbre) y no en el malo (el retraso en nombrar sucesor).

4) Si Franco dio ese paso, lo hizo a regañadientes, es decir, el comentario de Escrivá, por justificado que estuviera, lo que es gustarle, no le gustó. Bien claro lo dijo el obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay, buen conocedor de Franco y gallego como él: a un comentario semejante, hecho por la madre de don Juan en Portugal, contestó Eijo —que era monárquico convencido, y en su misa privada siempre rezaba “por nuestro rey Juan”— que tuviera paciencia, porque Franco era muy capaz de cerrar el paso a un adversario político. Así lo hizo, y de hecho don Juan nunca reinó. En definitiva, me parece claro que no había en Escrivá pretensión de sacar provecho político personal o corporativo, al decir lo que le dijo a Franco.

5) Si esta actuación no parece motivada por “cálculo político”—entendiendo por tal aprovechar una situación en provecho propio— habría otros motivos. A mí me basta el interés por que el sistema político sea más justo: es decir, me parece obvio que es un acto de oposición a la dictadura. Y además dicho en sus propias narices al dictador. Quizá se puede pedir más, alguno querría quizá que Escrivá hubiera aprovechado la coyuntura para envenenar o apuñalar a Franco. Y entonces desde luego que habría hecho algo que no es propio de un sacerdote.

6) Por lo demás, si hay un problema sucesorio, el problema no se resuelve precipitando el “hecho” sucesorio, sino preparándolo. Si no hay más remedio que matar al tirano, se le mata, es algo que afirmaba ya santo Tomás de Aquino. Pero es el último remedio, y me parece que pocos suscribirán que fuera el remedio oportuno en 1946, recién terminada la guerra mundial y habiendo quien planeaba una invasión de España para derrocar a Franco: una cosa es que, entonces, hubiera gente partidaria de tal acción, y otra que, conociendo la coyuntura, no podamos decir hoy día que hubiera sido —y fue para los maquis que lo intentaron— una empresa condenada al fracaso. Sea como fuere, parece difícil considerar que la persona más oportuna para realizar tal atentado fuera un sacerdote. De un sacerdote se espera un consejo espiritual, y entre los tales cabe —y debe caber como obligación— la advertencia acerca de lo esencial en una situación injusta que está provocando el interesado. Y ese consejo es el que le dio Escrivá, a pesar de que, de esa forma, quedara borrado de la lista de aduladores agradables. Un consejo que no se atrevían a dar a Franco otros consejeros espirituales me parece que puede ser calificado de valiente. En todo caso me parece que fue acertado.

Incluso suponiendo que Escrivá tuvo una actuación acertada en su relación con Franco, ¿puede decirse lo mismo de los demás miembros del Opus Dei?

Los miembros del Opus Dei y Franco
En principio, cabe esperar que no sufrieran los miembros del Opus Dei mejor suerte que su fundador, quien recordaba (p. 513 del tomo II de Vázquez de Prada) “cómo le tildaban de masón, y también de monárquico, de antimonárquico, de falangista, de carlista, de anticarlista. En plena Guerra Mundial —escribe el sacerdote—, iban las mismas personas —o gentes movidas por ellos— a las Embajadas de los aliados, para decir que yo era germanófilo; a las representaciones de Alemania e Italia, para decir que yo era anglófilo [Carta 29-XII-1947/14-II-1966, n. 36.].”

En los tiempos en que Falange era fuerte, predominó más la acusación de aliadofilia, como las contenidas en el “Informe Confidencial sobre la Organización Secreta Opus Dei”, elaborado por la Delegación de Información de Falange, fechado en Madrid el 16 de enero de 1942, y publicado por José Luis Rodríguez Jiménez (Historia de la Falange Española de las JONS, Alianza, Madrid, 2000, p. 420-423.)

Esta “crítica” es citada por el obispo Eijo en carta a Escrivá el 17 de febrero de 1943, como “calumnia monstruosa” contra una persona del Opus Dei acusada de “pertenecer a una sociedad secreta enemiga de la F.E., que está en connivencia con la embajada inglesa” y, añadía el que me vino con la noticia esta tarde, “esperan a ir conociendo las amistades de Alastrué, para hacer con todos una buena redada” (p. 514-515).

El Informe es mencionado también por José López Ortiz porque su contenido no hacía sólo referencia al poder político, sino a la “toma” del poder en la universidad: “A estas falsedades servían de portavoz unos cuantos profesores universitarios de ideología liberal y que —pienso que no hago un juicio temerario al decirlo— no veían con buenos ojos la presencia en las aulas docentes de católicos convencidos. Lanzaron así el rumor de que un grupo de profesores y otras personas afines a la vida universitaria —entre los que incluían al Ministro de Educación, Ibáñez Martín, y a José María Albareda, Secretario General del CSIC, de reciente creación— querían entregar la universidad al Opus Dei. Obsesionados con esta idea llegaban a hacer cosas ridículas: todo el asunto lo era en realidad y sólo se comprende el cierto eco que pudo tener entonces si se recuerda el ambiente nacionalista del país en aquellos momentos y las celotipias de algunas personas y movimientos que corrían la moneda falsa.” (p. 515)

Suponiendo que quede claro que hubo críticas al Opus Dei sin fundamento, eso no significa que haya que dejar de lado el hecho de que personas del Opus Dei estuvieran en puestos relevantes del régimen. ¿Qué decir de los que fueron ministros de Franco?

Los ministros de Franco que eran del Opus Dei
Como es “lógico”, este tipo de críticas se repitieron y aumentaron a partir del momento (1957) en que hubo miembros del Opus Dei que fueron ministros de Franco. Por si resulta que lo que se busca en el fondo es saber cuántos quiénes fueron los miembros del Opus Dei que fueron ministros de Franco (sobre ello puede verse este blog), fueron ocho; he aquí la lista:

Alberto Ullastres Calvo: ministro de Comercio desde el 25 de Febrero de 1957 hasta el 7 de julio de 1965.
Mariano Navarro-Rubio: ministro de Hacienda desde el 25 de febrero de 1957 hasta el 7 de julio de 1965.
Gregorio López-Bravo de Castro: ministro de Industria desde el 10 de julio de 1962 hasta el 29 de octubre de 1969 y ministro de Asuntos Exteriores desde esa fecha hasta el hasta el 11 de junio de 1973.
Laureano López-Rodó: ministro sin cartera desde el 7 de julio de 1965 hasta el 22 de julio de 1967; ministro del Plan de Desarrollo desde esa fecha hasta el 11 de junio de 1973; y ministro de Asuntos Exteriores desde la anterior fecha hasta el 3 de enero de 1974.
Juan José Espinosa San Martín: ministro de Hacienda desde el 7 de julio de 1965 hasta el 29 de octubre de 1969.
Faustino García-Moncó Fernández: ministro de Comercio entre las mismas fechas que el anterior.
Vicente Mortes Alfonso: ministro de Vivienda desde el 29 de octubre de 1969 hasta el 11 de junio de 1973.
Fernando Herrero Tejedor: ministro Secretario General del Movimiento desde el 11 de marzo de 1975 hasta su fallecimiento el 12 de junio del mismo año.

A este respecto hay documentación abundante (aconsejo la que puede leerse en la página web "ponte al día"), que a fin de cuentas vuelve sobre el tema con el que abrí este apartado: los miembros del Opus Dei afirmaban no actuar por cuenta del Opus Dei sino por su propia cuenta y libremente. Comentarios que puedo añadir:

1) No es imposible que haya habido miembros del Opus Dei que pensaran —desde posturas falangistas o afines— que el régimen de Franco era el mejor posible y que era obligatorio apoyarlo. En mi opinión, de existir, tales casos sólo probarían que esas personas eran libres, aunque mostraran su libertad con el defecto de no aceptar el consejo espiritual del fundador del Opus Dei, que con su actuación y su palabra dejó bien claro que un católico no puede aceptar que una dictadura se presente como un régimen normal.

2) Muchos miembros del Opus Dei fueron posibilistas y colaboraron con el régimen en la medida en que se lo permitía su conciencia: porque veían posibilidades de desarrollo económico y apertura política, que consideraban buenas, y al mismo tiempo pensaban que el escollo principal —que Franco no estaba dispuesto a dejar el poder— era imposible de remover y no era un mal absoluto (en el sentido de que hiciera mala toda colaboración con el régimen), sin un mal menor cuyo perjuicio podía compensarse con los bienes obtenidos del desarrollo y apertura que se podían conseguir colaborando.

Esta postura estaba desde luego admitida por la Iglesia, y Escrivá no podía imponer un código de conducta política distinto a los miembros del Opus Dei, partiendo de que el Opus Dei es para gente normal y no tiene doctrinas particulares.

3) Hubo miembros del Opus Dei que se opusieron activamente al régimen de Franco, algunos, como Rafael Calvo Serer, llegaron a puestos de relevancia (en el Consejo Privado de don Juan, y más tarde en la “platajunta” democrática de la que también formó parte Santiago Carrillo). Estos miembros llegaron a la convicción de que el “problema” esencial de la dictadura era un mal mayor, y que lo primero era quitar a Franco, o en todo caso que sin remover tal obstáculo no se sentían dispuestos a colaborar con el régimen.

Esta postura también está permitida a un cristiano, ya que la Iglesia no fuerza a aceptar un régimen concreto si las injusticias de tal régimen parecen intolerables a la conciencia de dicha persona. Tampoco el Opus Dei podía aquí imponer una doctrina diferente.

4) No es tampoco imposible que hubiera miembros del Opus Dei que pensaran que, en el caso de Franco, hubiera estado justificado el tiranicidio. No tengo noticia de tales casos. En abstracto no se puede descartar tal opción como legítima, aunque sí es extrema. A la vista de la evolución del régimen, no sé si quedan personas que consideran no sólo que la remoción de Franco hubiera sido beneficiosa, sino que liquidarlo era una obligación en conciencia. Dada la complejidad de las circunstancias, me parece que serán aún menos los que tengan el atrevimiento de echar en cara no haberlo hecho a quienes vivieron entonces.

A modo de resumen:
Me parece que la actuación de Escrivá respecto al régimen de Franco fue prudente y atrevida: prudente porque exiliándose evitó cualquier relación del Opus Dei como institución con el régimen; atrevida porque personalmente echó en cara a Franco la injusticia que suponía acaparar todos los poderes sin preparar su traspaso.

Los miembros del Opus Dei, colaborando u oponiéndose al régimen, actuaron sin contradecir la doctrina católica, y puesto que ésta admite amplias posibilidades, es lógico que, actuando en conciencia, algunos llegaran a posiciones opuestas entre sí.

Quien afirme que obedecían a consignas del Opus Dei —o incluso que aceptaban tales consignas contra el dictado de su conciencia— debería presentar al menos indicios acerca de cómo ha llegado a tal conclusión. De otro modo, cabe decir que tal afirmación es más atrevida que la de acusar a los cristianos del incendio de Roma. Por lo demás, si el Opus Dei ordenara a sus miembros que se enfrentaran unos a otros, resulta que aplicaría el “divide y vencerás” dentro de sí mismo, lo cual es no sólo contradictorio con la pretensión de que el Opus Dei sea una organización monolítica, sino políticamente poco inteligente.

Santiago Mata
4.10.2005