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Escrivá y el Opus Dei

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Hitler, Franco y otros dictadores
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¿Qué hacer frente a un dictador dispuesto a morir en el trono?
Una parte de los españoles pensó que Franco nunca “se pasaría” como hicieron Hitler y Mussolini, porque a diferencia de ellos era católico y tenía “convicciones morales”. Este argumento justificativo iría perdiendo fuerza cuanto más se debilitaban las dictaduras y más prestigio ganaba la democracia. En todo caso, confiar las llaves de la política a la honradez de una persona —esencia del sistema monárquico— es un riesgo que cada vez menos sociedades están dispuestas a admitir. Parte de la cuestión es preguntarse si los españoles de entonces —católicos o no— admitían realmente una dictadura arbitraria o más bien no la combatían por estar cansados de luchar o incluso por haber visto “cosas peores” (la República y la guerra). Evidentemente, para ganar apoyos o debilitar oposiciones, Franco jugó hasta el final esta carta de “yo o el caos”.

Pero Franco no jugó sólo la baza del “palo”, sino también la de la “zanahoria”. La dictadura era cada vez menos arbitraria, e iba reconociendo ciertos derechos (Fuero de los Españoles): evolucionaba en sentido inverso a las de Hitler y Mussolini. No dejaba de ser arbitraria, y Franco conservaba el poder de desandar lo andado, pero para quienes no se dejaran engañar por el dilema “yo o el caos”, abría una ventana a la esperanza: “él, pero después un sistema democrático, siempre y cuando creemos las condiciones para que no resulte un caos semejante a la República”.

Buena parte de los españoles en 1945 aceptaba el poder omnímodo de Franco porque garantizaba la paz, un valor que les parecía más importante que las libertades políticas. Pero también había otros que, sin justificar la injusticia fundamental de la dictadura, consideraban que era posible promover desde dentro del régimen cambios que lo fueran haciendo poco a poco más justo. Dentro de éstos, unos pondrían mayor o menor empeño en no verse mezclados con el régimen: en no colaborar políticamente, aunque con su trabajo contribuyeran al desarrollo social. Otros preferían exiliarse para no verse mezclados en absoluto con la dictadura. Otros llegaban a combatirla más o menos violentamente, inclinándose quizá, en el difícil equilibrio entre justicia y paz, decididamente a favor de la primera.

¿A cuál de estas posturas se pareció más la de Escrivá?