Aniceta

De Garabandal
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Aniceta González González. Personajes.

Entrevista 1975, Parte 1, Parte 2, Parte 3.

(Le preguntan por el primer éxtasis del domingo 18 de junio de 1961)

Pero es que no le vi yo.

(Fue a las 20,30). Por ahí. El domingo el rosario es a las 15,30 y esto fue a las ocho y media o nueve. Como era en junio, era temprano todavía, de día. El día 2 de julio la primera (vez que vieron a la Virgen), el día de la Visitación. Después los vi todos. Hasta el primer mensaje, que el fue el 18 de octubre, luego después Conchita andaba sola, o con Mari Cruz, tenía el éxtasis martes y miércoles, viernes y sábado, cuatro días a la semana. No la vi yo tampoco la Comunión (visible). En mi casa, ya era sobre la una de la mañana, hora nuestra, y cuando yo subí arriba donde ella, estaba arriba con los primos y un cuñado mío, subí arriba y le dije:

-Conchita, vamos a rezar una estación para ver si viene el ángel.

Y me dice ella:

-No, no la rezo ya, que no tengo tiempo.

Entonces yo le dije:

-Pues vamos a rezar el Ángelus.

Rezamos el Ángelus y yo me bajé a la cocina; y al bajarme a la cocina, me dice un padre jesuita:

-¿Quién está arriba?

-Los primos, mi cuñado y una señorita de Fontaneda de Aguilar de Campoo.

-Suba usted arriba.

Y yo subí arriba y por la escalera la vi a ella así (junta las manos sobre el pecho con la mirada al cielo. Pero después yo no fui tras de ella. Yo sentí desde casa, porque no se pasar, unos gritos tremendos. Yo creía que las mataban, no sabía qué pasaba. Y me coge una señora por un brazo:

-Que lo vi, que lo vi.

-Pero qué viste.

-La Comunión.

-¿Viste la Forma?

-Sí.

-Entonces gracias a Dios.

Yo para mí estaba todo ya terminado. Me quedé tan satisfecha yo. Pero no la vi. Subieron en éxtasis a los Pinos. Subía delantero el padre Luis. Y según subió arriba dice(n) que dio unas voces: milagro, milagro; yo no lo oí, pero lo oyeron todos, Miguel también lo oyó. Y las muchachas dicen que el padre Luis vio el milagro, que estaba en éxtasis. (le vieron las niñas).

-El ultimo mensaje, el del 65, sí, yo me acuerdo. Salimos (de casa) sin tener el éxtasis, poroque ya tenía ella las llamadas.

El éxtasis final no lo ví. El día antes me dijo: déjame decirte algo el sábado, porque ella quería irse al convento. Un señor del pueblo la vio en los Pinos. No pude verle porque me lo dijo ella y no fui con ella. Porque tenía en casa gente (y pensé, si voy) armo ahora un remolino y vienen todos detrás. Por eso me quedé yo.

Año y medio las dos sentadas en la cocina. Una a un lado y otra a otro, cuatro días a la semana.

(Segunda Parte) Conchita estuvo en Santander a pruebas ocho días, yo estuve seis con ella; pero no la veía, ni la echaban a confesar, ni la echaban a misa, ni los domingos. La echaron a la playa, con las hermanas de un sacerdote, Odriozola, que era de la comisión. A la playa. Yo, como estaba con un sacerdote que es cuñado de un hermano mío, parecía y es muy santo y muy bueno; pues yo pensaba: Cómo este don Luis, sabiendo el ambiente que yo tengo con los mis hijos, sabiendo que los echo todos los días al rosario, a misa, que eran monaguillos, y que me la tenía allí sin echar a misa, sin confesar. Digo:

-Don Luis, cómo Conchita no va a comulgar, cómo Conchita no va a misa.

-Déjala, que hay que llevarla adonde un buen confesor.

-Pero don Luis, qué necesidad tiene Conchita de un tan buen confesor. Si con el que se confesaba allí, se confesaba bien; con ese me confieso yo. Era don Valentín, a mí siempre me gusta un sacerdote que me conociera, prefiero uno que me conozca siempre, yo. Y Conchita puede confesarse bien con usted.

Pero era que me la querían trestornar, hacer un lavado bueno de cerebro. Como (en efecto) le harían. a los seis días me dijeron que era un sueño, que que se yo, que la iban a meter en un colegio. Yo pensé: del mal, pues viene el bien. Si la meten en un colegio, mejor es que no que esté arrastrada como anda su madre, pensé para mis adentros.

-En un buen colegio, y le vamos a cortar el pelo, para que no la conozca nadie.

El pelo no quería que se lo cortarían, pero bueno. Yo la peinaba siempre todos los días. Una noche estábamos en la cocina las dos. Llovía, tronaba, relampagaba, ¡unos truenos! ¡Terrible! Yo tengo muchísimo miedo a los truenos. Lo le dije:

-Mira, Conchita, dile a la Virgen que esta noche no salgas de casa.

-Ay, hija, yo tengo que seguir por donde me mande la Virgen.

-Ay, pero pídeselo, dile que no salgas.

Pero en esto, serían sobre las tres o las cuatro de la mañana, en enero o febrero, tuvo el éxtasis en la cocina. Se pone a abrir la puerta, yo me pongo en la puerta para que no me abriera, cosa tan rígida, tan dura, que no podía: abrió la puerta. Según salimos afuera vino un relámpago que parecía pero con sol, terrible, todo se vio claro. Se dio vuelta para mí, se tiró de rodillas allí delante de casa, me persignó con el crucifijo, me le dio a besar, se me quitó el miedo y no volvieron más los truenos. Pero las piedras caían tremendas. Y subimos a los Pinos. No, ese día fuimos al cementerio. Y veníamos cantando el rosario. Ella cantaba y yo contestaba cantando. Y cuando lleguemos al pueblo, ya íbamos por el segundo o tercer misterio, entonces ya salían las personas, iba saliendo la gente del pueblo. De casualidad no había nadie de forasteros, por la noche tan malísima que estaba. Y subimos a los Pinos. Y bajó de rodilla calleja abajo, con esa noche tremenda. Y vinimos a casa, y terminó el éxtasis en casa otra vez. Entonces:

-¿Ves Mama, cómo no fuimos?

-Cómo no fuimos, si hemos andado todo esto. Fuimos al cementerio, fuimos a los Pinos, cantamos el rosario.

-Pero aquí, dice ella.

-No, señora, salimos fuera.

Y otra noche estaba Serafín en casa y Cetuco, que es el que murió, estaba con la muchacha que se iba a casar ya, que había costumbre de ir a la casa y vino sobre las 2 de la mañana, y le dije a Aniceto:

-Cetuco, no te acueste, porque hay mucha nieve y cuando Conchita tenga el éxtasis, si corre yo no la alcanzo, y cuando vaya a buscar a Serafín para que vaya con ella, ya sabe Dios por dónde irá y con esta nieve no la encontramos.

Se quedó Cetuco y sobre esa hora como siempre, sobre las tres o las cuatro, tuvo el éxtasis y salieron los dos. Y tampoco había nadie forastero. Subieron allí a los Pinos, yo también subí sola, y allí riba en los Pinos ya estaban ellos rezando el rosario los dos, y a mí me daba la nieve por aquí (entre la cintura y el pecho), porque estaba en muy mal estado la nieve, de los vientos, y Conchita y él estaban allí de rodillas rezando el rosario, y después se puso (ella) de rodillas en los Pinos y de espaldas para abajo bajó de rodillas hasta donde comulgó la Comunión esa que se vio la Forma, de rodillas y de espalda, rezando el rosario. Éramos los tres solos.

Después nos hicieron cantar, la gente siempre estaba, como solemos decir aquí con la mosca en la oreja, a ver si oían algo. ¿Cuántas horas duró? Yo no lo sé, porque entre ir al cementerio, ir a los Pinos, bajar de rodillas, luego rezar el rosario cantado, porque lo cantábamos muy despacio, yo no lo sé, pero dos sí.

¿Recuerda a Mari Cruz y Jacinta en éxtasis?

-Sí, pero juntas no. Yo siempre iba con la mía y después ya no salía a los éxtasis de las otras. Pero Mari Cruz una vez estaba en la mi cocina y estando yo haciendo la cena, ya era entre día y noche, pues la madre decían que se lo quitaban, yo no sé, en esto que se me tiró allí de rodillas tuvo el éxtasis allí mismo frente a mí sola.

Entonces cuando me dijo don Valentín: tú ahora vas a buscarla. Yo no voy, don Valentín. Yo no me atrevía a ir, cómo me iba a atrever a presentarme allí, si la había dejado allí ya para que la metieran en un colegio. Había dicho el señor obispo que todo estaba hecho, que era un sueño, que era como si hubiera despertado de un sueño, nada más. Bueno, pues yo me vine. Pero tanto insistieron los muchachos, eran muy buenos (pero) resulta que entonces estaban de malas. Ya le cortaron el pelo, dice Serafín...

Me fui otro día a Santander con Maximina. Llegué a casa de donde estaba ella, un sacerdote. Me trató de falsa, de traidora, de mentirosa, me puso como un trapo...

-Bueno don Luis, todo lo que quiera, pero ya a Conchita la llevo.

-Ahora mismo vamos al obispado.

-Donde usted quiera, pero a Conchita la llevo.

Yo en mi casa siempre hubo paz y yo no quiero guerras. Ahora ya la tengo. Ahora llevo a ella para que haya la paz que ha habido siempre.

-Pues ahora vamos donde los médicos.

-Pues vamos donde usted quiera, pero yo llevo a Conchita.

Fuimos donde los médicos. La miraron toda, con todos los aparatos, todo lo que llevaban ahí, le dijeron que ellos no les costaba nada más que echar una firma y que tal vez todos los familiares teníamos que ir a la cárcel. Que todo había sido una mentira y que se pondrían locos ellas y toda la gente, que aquí nunca pasó nada como pasa por todos esos sitios. Como dijo que todos iríamos a la cárcel, dije:

-A mí no me importa, le dije yo: Conchita, tú no firmes, que a mí sin causa no me importa ir a la cárcel. Lo importante es cuando te llevan con causa, pero sin causa no, voy tranquila.

Pero Conchita se echó a llorar.

-Por lo mío, dice ella, no será verdad. Pero lo de las otras sí. Y el mensaje también.

Entonces le mandaron firmar. Firmó en blanco. ¡Pero bastante! Dijo don Luis:

-Ahora vamos al obispado. El señor obispo aquel era Beitia, don Doroteo Beitia me parecía. Dice él:

-Pero cómo la lleva usted.

-Pues mire, usted sabe que soy viuda. Y yo con mis hijos vivía en paz, muy bien, muy unidos, muy buenos. Y ahora en mi casa no hay paz porque no quieren (dejarla) a Conchita, y yo la tengo que llevar.

El señor obispo, muy amable:

-Entonces tú Conchita, qué quieres más, ¿quedarte en un colegio de señoritas aquí o irte de ovejera ahí?

-No, no, me quiero quedar más de señorita.

Y estaba deseando echar a correr Conchita, pero ella dijo eso.

-Bien, pero yo digo, yo la llevo.

Así que nos vinimos, y al salir de allí, todavía nos sacaron un montón de fotografías y salimos con un canónigo de la catedral, en un coche del canónigo, y le dice Conchita al entrar:

-Todavía ha de llegar un día que lo hemos de negar todas. Y nos hemos de contradecir las unas a las otras.

Todo salió al pie de la letra. Tenía 12 años. Cuando llegamos ese día, el primer día [27 de julio de 1961], a la misma hora de siempre, yo dije, seguramente que va a tener éxtasis. Dicen: no, no, no tiene éxtasis. Yo me eché a tender un poco de ropa ahí en el balcón, que estábamos en la Consolación, es casa rectoral y estaba allí la iglesia, la Consolación [Parroquia De Consolación, Calle Alta, 19, 39008 Santander]. Yo estaba ya nerviosa. Termino de tender la ropa y vi que ya no estaba Conchita ni don Luis, ni nadie. Bajo abajo y me encuentro aquello que no se podía entrar de gente, y la policía allí. Conchita la tenían deformada, porque tenía la cabeza que casi daba atrás con los castañares, me la cogían un médico por un lado otro por el otro. Yo pedí allí que por favor que por Dios y por la Virgen Santísima me la dejaran, que me la iban a romper los huesos.