Takayama Ukon

De martyres
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Takayama Ukon, Justo: Mártires del Japón.

Perfil biográfico leído en su beatificación P. 12 y 14 en inglés: nació probablemente en 1552 en el distrito de Takayama, Toyono-cho, Osaka, 3 años después de que san Francisco Javier introdujera el cristianismo en Japón. Era de familia noble, del daimyo, señores por debajo del shogun. Los Takayama poseían vastas tierras y tenían permiso para llevar armas. Recibieron a los misioneros cristianos, apoyando sus actividades y actuando como sus protectores. El siervo de Dios se hizo cristiano a los 12 años y recibió en el bautismo el nombre de Justo. Favoreció en su feudo a los que se hicieron cristianos, el más prominente de los cuales fue san Pablo Miki. En 1587, el kampaku Toyotomi Hideyoshi comenzó a perseguir a los cristianos, expulsando a los misioneros y presionando a los japoneses para que renunciaran a su fe. Muchos abjuraron. Pero Takayama, y su padre Darío, prefirieron renunciar a honores y propiedades, sufriendo la deportación a Kanazawa, para poder permanecer fieles al evangelio de Cristo.

Durante este tiempo, el siervo de Dios sobrevivió gracias a que sus amigos aristócratas le pudieron proteger, y continuó su labor de evangelización. En 1597 la persecución se volvió muy fuerte. 26 católicos, tanto extranjeros como japoneses, fueron crucificados. Pero incluso a la vista de tan trágico evento, y a pesar del creciente riesgo de perder sus vidas, los Takayama se negaron a abandonar su fe. En 1614, el gobierno del Edo prohibió completamente el cristianismo. El Siervo de (14) Dios fue deportado primero a Nagasaki, y desde allí marchó al exilio. Condujo a un grupo de 300 católicos a Filipinas. Llegaron en diciembre y se establecieron en Manila. Allí los acogieron calurosamente los jesuitas españoles, cuyo líder sugirió que los católicos prominentes podrían asociarse para derrocar al shogun. El siervo de Dios, sin embargo, se opuso a ese plan.

Con la persecución y el exilio, Takayama experimentó la humillación y los malos tratos. Pero nunca traicionó sus creencias, permaneciendo firme en su compromiso con Cristo. Eligió seguir el camino del Mártir del Gólgota, un camino de pobreza y humillación. El exilio minó sus fuerzas y murió tan solo dos meses después, el 3 de febrero de 1615. Su muerte fue resultado directo de la inanición, las privaciones, la hostilidad y la violencia que la explícita persecución anticristiana desató en Japón.

El siervo de Dios estaba bien preparado para el martirio final. Era una persona de intensa espiritualidad, humilde y creyente, celoso y lleno de caridad. Lo enterraron en la capital de Filipinas, donde aún hoy una majestuosa estatua le rinde honor. De hecho, los filipinos le consideran una especie de segundo evangelizador, como extranjero inocente que, de resultas de una injusta persecución, llegó desde lejos para confirmar a sus hermanos. Su vida es un ejemplo de gran fidelidad a la vocación cristiana, y de perseverancia a pesar de las muchas dificultades que afrontó.

Carta apostólica de beatificación: Roma, 7 de febrero de 2017.

Positio de su causa de beatificación (introducción).