Diferencia entre revisiones de «Hideyoshi»

De martyres
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Hideyoshi transmitió un sentido de violencia asociado con la presencia jesuita. Esta violencia no fue atribuible a ninguna acción jesuita específica, sino al hecho de que eran un elemento exógeno para Japón y, por lo tanto, potencialmente dañino para la identidad japonesa. (2018, p. 109)
Hideyoshi transmitió un sentido de violencia asociado con la presencia jesuita. Esta violencia no fue atribuible a ninguna acción jesuita específica, sino al hecho de que eran un elemento exógeno para Japón y, por lo tanto, potencialmente dañino para la identidad japonesa. (2018, p. 109)
Si no les combatió inmediatamente como había hecho con los ikki fue por el comercio portugués (citado en el edicto), los budistas rebeldes podían ser eliminados y sustituidos por otro grupo (también budista) que no se inmiscuyera en política, y se dedicara a la religión favoreciendo la estabilidad social. Pero Hideyoshi y los daimyō pensaban que sin misioneros desaparecería el comercio portugués y los beneficios para el gobierno. Incluso después del martirio, Hideyoshi "tuvo mucho cuidado de seguir autorizando a una decena de jesuitas a permanecer en Nagasaki para poder hacerse cargo de los asuntos religiosos de los comerciantes portugueses de la ciudad."
665 La narrativa jesuita atribuye el edicto a un arrebato de furia por la influencia negativa de uno de sus consejeros. Pero el edicto se publicó un día antes de su supuesto enfado en la madrugada del 23 al 24:
Ya hemos defendido antes que esta teoría carece de toda lógica, sobre todo por el sencillo hecho de que el memorándum se publicó un día antes, por lo que antecede a su supuesto enfado en la madrugada del día 23 al 24, a las preguntas y respuestas que intercambió con el jesuita Gaspar Coelho y a la prueba a la que sometió al daimyō cristiano Takayama Ukon –hemos visto también, por cierto, los motivos por los que eligió precisamente a este señor converso y no a otro. Y ya hemos dicho que fue el memorándum realmente lo que actuó como ley, y no el edicto. Y esta ley –incluso si incluimos también el edicto– no fue en absoluto una medida tan ad hoc como suele presentarse, sino que puede y debe perfectamente englobarse dentro del conjunto de políticas domésticas encaminadas a conseguir la estabilidad social del país, de la misma forma en que se había eliminado toda actividad política por parte de los monasterios budistas o se había requisado el armamento de cualquier tipo a quien no perteneciese a la clase samurái. Porque, además, incluso no llegando a implementar el edicto al no expulsarse de Japón a los misioneros, podríamos afirmar que el conjunto de memorándum y edicto fue muy exitoso en cuanto a sus resultados, ya que Hideyoshi consiguió lo que pretendía con ellos, al frenar la actividad de la misión –especialmente entre las clases altas–, evitar las intromisiones de los jesuitas en la política desde entonces y, sobre todo, no asustar demasiado a los comerciantes portugueses, ahora que su gobierno controlaba este comercio. Por último, tener ese edicto publicado, y claramente incumplido por parte de los jesuitas, le permitió guardarse en la manga un castigo aún mayor que podría utilizar en el momento en que más le interesase, como así acabó haciendo una década más tarde.
666 Hideyoshi se reservó para sí la política exterior. Respecto a la India, la embajada acompañada de Valignano se entiende en el contexto de la relación con Manila. 667 Las cartas a Manila, Taiwán, Corea o las Ryūkyū eran similares:
En resumen, solía empezar diciendo que había conseguido pacificar Japón, que estaba destinado a reinar sobre todo el mundo –recordemos, la profecía del rayo de sol–, que tal país o tal otro ya le habían rendido pleitesía, y ofrecía entonces al destinatario de la carta hacer lo mismo, amenazando de forma más o menos directa con un ataque militar en caso de negativa. En algunos de estos casos, como las Ryūkyū, Corea en un primer momento, la India portuguesa o la propia Manila, el propio Taikō realmente creyó –hemos visto ya los motivos en cada caso– que se había aceptado esa relación de vasallaje que él había exigido o propuesto.

Revisión del 17:44 16 abr 2022

Hideyoshi y los mártires de Japón.

Sigo las conclusiones de Jonathan López, cuya tesis puede consultarse desde la página de Bibliografía.

Nobunaga no sentía predilección por el cristianismo ni odio hacia el budismo, era un pragmático que utilizaba lo que le convenía para conseguir sus objetivos. En 1580 en el asedio al castillo de Takatsuki mostró sus dudas sobre las intenciones de los misioneros y amenazó a los Takayama con eliminar el cristianismo. Pero el problema se resolvió y siguió ayudando a los misioneros. p. 654:

Defendemos aquí que si Nobunaga no llegó a prohibir y perseguir a esta religión fue sencillamente porque murió antes de haber llegado a conquistar Kyūshū, donde los jesuitas tenían un gran poder político que habría resultado intolerable para un proyecto tan centralizador como el suyo. En la zona central del país, la que él tenía bajo su control, el cristianismo no fue nunca tan influyente como para suponer un problema, mientras que allí sí lo era la actividad de algunos grupos budistas, y de ahí la radicalmente diferente actitud de este daimyō para con unos y otros.

Los comerciantes portugueses se vieron beneficiados por el bloqueo chino al comercio japonés impuesto solo nueve años después de la llegada lusa al Japón y por la coincidencia de la gran demanda de plata japonesa en china y de seda china en Japón. También les beneficiaba la guerra entre daimyō en Japón y el interés de estos por el comercio y las armas de fuego. Pero los portugueses en esto eran expectadores: no controlaban esos factores.

Intromisiones políticas de los jesuitas, a veces a petición de daimyō:

-1566: Suministraron armas a Ōmura Sumitada, o cuando este mismo señor recibió ayuda militar por parte de cuatro barcos portugueses.

-1567-68: Ōtomo Sōrin pidió ayuda militar al obispo Carneiro.

-(Iniciativa jesuita) Valignano favoreció a Arima Harunobu regalándole víveres y arcabuces por valor de nada menos que 600 ducados, o cuando poco después no quiso bautizar a este mismo daimyō hasta estar seguro de que saldría vencedor de la contienda en la que estaba inmerso.

-1580: Asedio al castillo de Takasuki (petición de Oda Nobunaga).

-1586 (iniciativa jesuita) Gaspar Coelho ofreció a Hideyoshi primero la colaboración de varios señores cristianos para su campaña sobre Kyūshū, y después incluso ayuda militar portuguesa desde India para su proyecto de conquista de China.

A cambio los jesuitas pretendían favorecer la misión con permisos para predicar o construir iglesias o escuelas, la conversión de algún daimyō y sus súbditos, la destrucción de templos y santuarios. p. 656:

Hemos visto además que los propios jesuitas eran perfectamente conscientes de que la mayoría de estos nuevos conversos que habían entrado en el cristianismo bien por intereses económicos –los daimyō–, bien por obligación –sus súbditos–, no eran en realidad verdaderos cristianos que hubiesen abrazado la religión por motivos de fe. Pese a ello, no parecía importarles más que por el hecho de que admitían que, si después de convertidos, no podían ser atendidos adecuadamente –principalmente por falta de personal–, su adhesión al cristianismo podía ser pasajera, terminando en cuanto desapareciesen los intereses o la obligación que les había hecho convertirse en primer lugar. Mientras fuesen cristianos, sin embargo, sus conversiones eran debidamente contabilizadas, resultando en enormes cifras que se enviaban a Roma y se difundían por Europa, donde la misión jesuita japonesa se vendía como un rotundo éxito. Por otro lado, y de la misma forma, los jesuitas eran como mínimo conocedores de las destrucciones sistemáticas de templos, santuarios e ídolos religiosos japoneses tras la conversión de un señor regional, y no hicieron nada por evitarlas –aquellas de las que no fueron directamente instigadores–, más allá de intentar que se llevasen a cabo de forma disimulada, en secreto y poco a poco, para no escandalizar a los gentiles, como hemos visto admitir al propio Valignano en una carta de 1580.

Por tanto las críticas de Hideyoshi en 1587 eran fundadas.

La adaptación (accommodatio) de los jesuitas no era relativismo, ya aplicaron Javier y Vaignano "prácticamente obligados ante la peculiaridad del contexto japonés", no por convicción, ya que los jesuitas aplicaron otras tácticas "inflexibles" en otros contextos donde los europeos tenían el control militar y la población local no era tan civilizada (Javier escribía el 5-11-1549: «la mejor que hasta agora está descubierta», en 1979, p. 354). Y tampoco se adaptaron tanto, p. 658:

No sólo eso, la propia adaptación aplicada en Japón no fue en realidad tan flexible como suele darse a entender en estas obras que comentábamos antes –sí lo fue para los estándares de su época, cierto, pero no tanto como suele decirse–, pues en realidad se circunscribía únicamente a aspectos de la vida diaria o las costumbres japonesas, y cuando se refería a temas relacionados con la religión se aplicaba sólo de forma muy superficial, permaneciendo siempre inmutable e incuestionados los aspectos centrales de la doctrina. Autores como Rubiés o Paramore han incidido muy acertadamente en estos límites de la flexibilidad de Valignano, que no sólo era una medida temporal 1142, sino que además no era utilizada para resolver algunos problemas que se respondían enfatizando la autoridad y la ortodoxia doctrinal, y no explicaciones racionales 1143.

(11142 Rubiés 2005, p. 239; 1143 pARAMORE, 2008, 256-257).

Solo se preocuparon de la educación de los hijos de las élites, pensando en beneficios futuros, además evitando (por orden de Valignano) mencionar al cristianismo no católico (p. 659) "para mantener así la ilusión de una religión completamente unificada", así se hizo en la Embajada Tenshō. Rara vez fueron altruistas, como fue en el caso del hospital inaugurado por Luís de Almeida (con su patrimonio y recién ingresado en la orden) en Funai, que se abandonó cuando las élites locales protestaban porque los conversos eran pobres agradecidos a las atenciones médicas.

La historiografía jesuitica ha idealizado a Valignano, convirtiéndole en un humanista. "Fue ante todo un gran político y un gran pragmático, y que solo fue superado en estos aspectos precisamente por (660) aquellos con los que tuvo que -digamos- negociar, es decir, con Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi" que tenían la ventaja de gobernar. Muchas decisiones del Taikō "se han atribuido tradicionalmente a su personalidad explosiva, caprichosa y megalómana, e incluso a ataques de locura o a una senilidad sobrevenida. Pero ya hemos podido comprobar aquí que este relato se debe en gran parte a la pervivencia de la imagen que sobre él crearon los cronistas jesuitas de la época, dependiendo de las relaciones que tuviesen con él en el momento en el que escribían –algo que, además, ya habían hecho antes con Oda Nobunaga": la condena de su sobrino y heredero, la de su maestro de té, el proyecto de conquista de China, el castigo impuesto a Corea, el edicto de 1587 y la muerte de los mártires de Nagasaki. p. 661:

si analizamos cada uno de estos casos prescindiendo de los otros e intentando ver qué motivos pragmáticos podía haber detrás de decisiones que a nosotros –desde nuestro momento y lugar– nos pueden parecer extrañas, es fácil ver que en realidad había una lógica detrás de ellos y que, de hecho, no eran tampoco decisiones desacostumbradas dentro de su contexto. Es más, la razón de muchas de estas decisiones está también detrás de muchas otras que suelen citarse como genialidades que llevaron a Hideyoshi a conseguir gestas nunca vistas, como llegar a ser la persona más poderosa de Japón pese a haber nacido en una familia campesina.

Tras hacerse con el clan Oda, fue tan favorable como lo había sido Nobunaga hacia el cristianismo, concediendo a la misión jesuitica entre 1583 y 1587 favores puntuales que le costaban muy poco, como permitirles (662) edificar una iglesia en Osaka, o la mera promesa de convertir China en un país cristiano tras su conquista, a cambio de ayuda militar portuguesa:

Aunque en realidad se trató por tanto de pequeños gestos, el hecho de que no se opusiera a la evangelización y que, además, siguiese combatiendo a algunos grupos rebeldes organizados en torno a monasterios budistas –por exactamente los mismos motivos por los que lo había hecho antes Nobunaga–, llevó a los jesuitas a creer que la eventual conquista de todo Japón por parte de este señor y no de otro podría ser una gran noticia para ellos. En estos primeros años, en los que el gobierno Toyotomi publicó diversas leyes y puso en marcha nuevas políticas a todos los niveles, sin embargo, ninguna estuvo relacionada con el cristianismo, ya fuese en contra o a favor del mismo.

Su objetivo siempre fue "conseguir la estabilidad política y social de Japón." Por primera vez legisló al respecto en 1587 tras conquistar Kyūshū, lo que para los jesuitas equivalía a conquistar todo el país. Sorpresa por la prohibición de sus actividades:

Y así, cuando se dice que posteriormente Hideyoshi no implementó el edicto, hay que tener en cuenta que aunque esto es cierto, lo es literalmente, es decir, fue el (663) edicto del día 24 lo que no se implementó –y su incumplimiento por parte de los jesuitas no fue castigado–, pero en ningún caso el memorándum del día 23.

Por otro lado, en este memorándum aparecía el motivo principal del Taikō para desconfiar de los misioneros y de los cristianos en general, pues establecía claramente un paralelismo entre éstos y el desafío que habían supuesto los grupos rebeldes organizados en torno a monasterios budistas. El propio Hideyoshi había combatido a los monjes de Negoro o al Saiga-ikki con la misma determinación de Nobunaga en Hiei o el Hongan-ji, o sea, hasta su completa destrucción; y con ninguno de ellos usó la vía diplomática para conseguir su rendición, como solía hacer con sus enemigos, ni tampoco les perdonó la vida, como también acostumbraba incluso con aquellos a los que había tenido que vencer en el campo de batalla. Todos estos grupos rebeldes ponían en serio peligro ya no el gobierno del Taikō sino todo el sistema samurái, por lo que no podían ser rehabilitados y reinsertados dentro de su misma estructura, como sí podía hacerse con señores regionales enemigos. Suponían por tanto un intento de subversión de la estructura según la que se había ordenado la sociedad japonesa desde la llegada al poder de Minamoto Yoritomo en el año 1185. Y para Hideyoshi la misión cristiana suponía una amenaza completamente equiparable a la de estos grupos, e incluso con un agravante más, pues los jesuitas eran extranjeros, súbditos por tanto de un gobernante de otro país.

Correia expresa esa misma idea (664):

Hideyoshi transmitió un sentido de violencia asociado con la presencia jesuita. Esta violencia no fue atribuible a ninguna acción jesuita específica, sino al hecho de que eran un elemento exógeno para Japón y, por lo tanto, potencialmente dañino para la identidad japonesa. (2018, p. 109)

Si no les combatió inmediatamente como había hecho con los ikki fue por el comercio portugués (citado en el edicto), los budistas rebeldes podían ser eliminados y sustituidos por otro grupo (también budista) que no se inmiscuyera en política, y se dedicara a la religión favoreciendo la estabilidad social. Pero Hideyoshi y los daimyō pensaban que sin misioneros desaparecería el comercio portugués y los beneficios para el gobierno. Incluso después del martirio, Hideyoshi "tuvo mucho cuidado de seguir autorizando a una decena de jesuitas a permanecer en Nagasaki para poder hacerse cargo de los asuntos religiosos de los comerciantes portugueses de la ciudad."

665 La narrativa jesuita atribuye el edicto a un arrebato de furia por la influencia negativa de uno de sus consejeros. Pero el edicto se publicó un día antes de su supuesto enfado en la madrugada del 23 al 24:

Ya hemos defendido antes que esta teoría carece de toda lógica, sobre todo por el sencillo hecho de que el memorándum se publicó un día antes, por lo que antecede a su supuesto enfado en la madrugada del día 23 al 24, a las preguntas y respuestas que intercambió con el jesuita Gaspar Coelho y a la prueba a la que sometió al daimyō cristiano Takayama Ukon –hemos visto también, por cierto, los motivos por los que eligió precisamente a este señor converso y no a otro. Y ya hemos dicho que fue el memorándum realmente lo que actuó como ley, y no el edicto. Y esta ley –incluso si incluimos también el edicto– no fue en absoluto una medida tan ad hoc como suele presentarse, sino que puede y debe perfectamente englobarse dentro del conjunto de políticas domésticas encaminadas a conseguir la estabilidad social del país, de la misma forma en que se había eliminado toda actividad política por parte de los monasterios budistas o se había requisado el armamento de cualquier tipo a quien no perteneciese a la clase samurái. Porque, además, incluso no llegando a implementar el edicto al no expulsarse de Japón a los misioneros, podríamos afirmar que el conjunto de memorándum y edicto fue muy exitoso en cuanto a sus resultados, ya que Hideyoshi consiguió lo que pretendía con ellos, al frenar la actividad de la misión –especialmente entre las clases altas–, evitar las intromisiones de los jesuitas en la política desde entonces y, sobre todo, no asustar demasiado a los comerciantes portugueses, ahora que su gobierno controlaba este comercio. Por último, tener ese edicto publicado, y claramente incumplido por parte de los jesuitas, le permitió guardarse en la manga un castigo aún mayor que podría utilizar en el momento en que más le interesase, como así acabó haciendo una década más tarde.

666 Hideyoshi se reservó para sí la política exterior. Respecto a la India, la embajada acompañada de Valignano se entiende en el contexto de la relación con Manila. 667 Las cartas a Manila, Taiwán, Corea o las Ryūkyū eran similares:

En resumen, solía empezar diciendo que había conseguido pacificar Japón, que estaba destinado a reinar sobre todo el mundo –recordemos, la profecía del rayo de sol–, que tal país o tal otro ya le habían rendido pleitesía, y ofrecía entonces al destinatario de la carta hacer lo mismo, amenazando de forma más o menos directa con un ataque militar en caso de negativa. En algunos de estos casos, como las Ryūkyū, Corea en un primer momento, la India portuguesa o la propia Manila, el propio Taikō realmente creyó –hemos visto ya los motivos en cada caso– que se había aceptado esa relación de vasallaje que él había exigido o propuesto.