Álex Rosal/Álex Navajas
Madrid- Conoció a Joseph Ratzinger en las aulas, en el curso académico de
1959-1960. «En aquella época ya se trataba de una figura de referencia en
el panorama de la teología alemana que atraía a muchos jóvenes
estudiantes, entre ellos a éste, que era un curilla español», rememora el
cardenal Antonio María Rouco Varela. El futuro Benedicto XVI pasó la mayor
parte de su etapa docente en Ratisbona, «una universidad joven, sin
tradición». «Sin embargo, él supo hacer de su cátedra el mayor foco de
irradiación de la teología católica. Se convirtió casi en un centro de
peregrinación teológica, y en los años 70, todos estábamos pendientes de
sus enfoques en el tratamiento de las cuestiones más candentes en la
teología del posconcilio. A la vez, supo estar muy pendiente de los
problemas de la Iglesia y de la sociedad de ese momento, marcada por el
neomarxismo de la Escuela de Frankfurt», señala el arzobispo de Madrid.
Rica personalidad. Ya en aquellos años, la
personalidad de Joseph Ratzinger distaba de la imagen de profesor frío,
adusto y lejano que algunos han dado de él: «Atraía su rica personalidad
de un profesor que no sólo exponía teorías, sino que transmitía una honda
experiencia de Cristo. Mantenía una relación personal con el alumno, casi
de dirección espiritual. Tenía fama de que se ocupaba de los problemas más
pequeños de los estudiantes: la beca, cualquier apuro o necesidad... Pero
lo sabía hacer calladamente, sin exhibicionismo alguno».
Posteriormente, cuando fue nombrado arzobispo de Munich en 1978,
«significó para muchos un motivo para la esperanza», subraya el cardenal
Rouco. «Pronto se advirtió su sensibilidad para apreciar la acción
evangelizadora de los nuevos movimientos que estaban surgiendo en la
Iglesia».
– En eso fue, entonces, un precursor...
– Siempre abrió puertas e iluminó los caminos para la acción extraordinaria
del Espíritu en la Iglesia: el Opus Dei, Focolares, etc. lo saben bien.
– Una imagen, por tanto, bastante alejada de los que le describen como
frío, inflexible y distante...
– Uno se extraña del modo que
tienen algunos de verle con tópicos de personaje duro, inflexible.
Benedicto XVI no tiene nada que ver, pero nada, con esos estereotipos. La
primera impresión que producía siempre en el alumno era positiva: atraía
intelectual, humana y espiritualmente. Después de Romano Guardini, en el
siglo XX ha sido posiblemente uno de los profesores de teología que mejor
han sabido conectar con las inquietudes más profundas de sus alumnos.
No mirarse al ombligo. - En el último Sínodo de
los Obispos, el entonces cardenal Ratzinger afirmó, para el asombro de
muchos oyentes, que la Iglesia debía dejar de mirarse al ombligo para
hablar de Cristo...
– Sí, la preocupación por las estructuras había
alcanzado, en la Iglesia posconciliar, especialmente en Centroeuropa, unos
límites llamativos. Se contaba con recursos humanos y materiales muy
abundantes... El peligro y la tentación de caer en una cierta
burocratización resultaba evidente. La forma de superar esta situación
consistía en una verdadera renovación de la acción pastoral mirando a
Cristo, el Hijo de Dios vivo, muerto y Resucitado por la salvación del
hombre en el contexto del Misterio de la Trinidad y de la historia de la
salvación, alejándose por lo tanto de cualquier intento de identificarle
con un líder sociorreligioso más.
El
tirón de Juan Pablo II. – Un cardenal afirmó, pocos días antes
del cónclave, que «después de Juan Pablo II, las sandalias del Pescador
quedaban muy grandes». ¿Cree usted que Benedicto XVI va a tener ese tirón
que tenía el Papa polaco, especialmente con los jóvenes? Pensemos, por
ejemplo, en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, del próximo mes
de agosto.
– Sin duda. Estoy plenamente convencido de que los
jóvenes van a acudir en un número, con una actitud y una disposición para
el compromiso cristiano muy similar a la que se ha dado en las Jornadas
convocadas por Juan Pablo II. La figura del nuevo Papa suscitará en los
jóvenes un interés igualmente nuevo, y movilizará a nuevos grupos deseosos
de conocerle y que probablemente no tenían previsto acudir. Les cautivará
de otro modo, pero les cautivará. La personalidad humana y espiritual de
Benedicto XVI, lo decíamos antes, les impulsará convincentemente a vivir
de lleno la experiencia del encuentro con Cristo: a vivir «el iremos a
adorarle» del lema de la XX Jornada Mundial de la Juventud en Colonia con
una frescura nueva.
Puede visitar Valencia.
– ¿Sabe ya si vendrá a Valencia, como se ha especulado, con motivo de la
Jornada Mundial de las Familias, el próximo año?
– Con
certeza sólo se sabe lo que él mismo ha anunciado: que irá a Colonia en
agosto. También acudirá a Bari (Italia) para hacerse presente en el
Congreso Eucarístico Nacional. De todos modos, Benedicto XVI no se va a
encerrar en el Vaticano. Pocos días antes de que falleciera Juan Pablo II,
le hice llegar por carta una invitación para pronunciar una conferencia en
el próximo Congreso Internacional que está organizando la Facultad de
Teología de San Dámaso de Madrid sobre la ley natural. Si no hubiese sido
elegido Papa, es fácil que lo hubiésemos tenido entre nosotros.
– Ahora va a ser más complicado...
– Hay
que esperar que algún día piense en una visita apostólica a España... En
Valencia se celebrará en el 2006 el Congreso Mundial de la Familia... El
Papa conoce bien y aprecia mucho el pasado y el presente de la Iglesia en
España y su gran y decisiva aportación a la evangelización de América y
Asia. Fíjese: la única evangelización que verdaderamente cuaja en el
inmenso continente asiático es la española. Un ejemplo paradigmático de lo
que estamos diciendo lo ofrece Filipinas. Benedicto XVI conoce además muy
profundamente la veta mística y contemplativa, que caracteriza el perfil
propio de la Iglesia en España, y a sus más insignes protagonistas: Santa
Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Entusiasmo indescriptible. – Cambiando de tercio, eminencia. Usted fue
uno de los seis cardenales españoles que participaron en el Cónclave. ¿Qué
detalles o curiosidades recuerda de aquellos días?
– Puedo
contar lo que ocurrió después del Cónclave, no durante el mismo, como todo
el mundo sabe. Recuerdo las palabras del cardenal Ratzinger al aceptar la
elección: «En el espíritu de la obediencia, acepto». Reflejan bien su
aptitud de aceptar y seguir humildemente la voluntad del Señor.
¿Anécdotas?.. Lo del humo en la Capilla Sixtina no fue para tanto; salió
un poquito... El aspecto que ofrecía la Plaza de San Pedro y que pudimos
contemplar y gozar los cardenales desde los balcones de la logia de la
Basílica cuando el Santo Padre aparece, se presenta y bendice al pueblo de
Roma y al mundo –«urbi et orbi»– era de un entusiasmo indescriptible: los
saludos, los cantos de júbilo, las aclamaciones y signos de gratitud, el
clima de fiesta nos envolvía a todos con un espíritu de alegría y de
gratitud que sólo podían venir del Señor que había regalado a su Iglesia
un nuevo sucesor de Pedro.
En primera persona Juan Pablo II
depositó una confianza extraordinaria en él. Los nombramientos para
participar en los distintos dicasterios del Vaticano llegaban a un ritmo
de casi uno anual. Esas labores las ha compaginado con el arzobispado de
Madrid y con la presidencia de la Conferencia Episcopal Española, cargo
del que fue relevado hace apenas dos meses. Sus colaboradores más cercanos
lo agradecieron: «Entre el Vaticano y Madrid, el cardenal casi no tiene un
respiro», afirman. A Benedicto XVI le conoce desde hace 45 años. Cuando se
arrodilló ante él para felicitarle, nada más haber sido elegido Papa, le
dijo que iban a celebrar una misa en acción de gracias en Madrid. «¡Ah!
¿En la Almudena, la única catedral que consagró Juan Pablo II?», preguntó
Benedicto XVI. «No, Santo Padre, justo en frente, en la explanada. Dentro
no cabemos», respondió el cardenal Rouco. Nació en Villalba (Lugo) en 1936
y es arzobispo de Madrid desde 1994, cuando sustituyó al cardenal Suquía.